martes, 31 de enero de 2012

Salta

El trayecto hasta nuestro próximo destino es largo, pero lo hacemos en un bus bastante cómodo donde un agradable y guapo azafato (al cual le dedico una sonrisa cada vez que pasa) nos va trayendo la merienda, la cena, y al día siguiente, el desayuno y el almuerzo. Esto es como un avión pero con ruedas.

Pasamos por Córdoba y por Rosario, ciudades en las cuales tengo amigas. La de Córdoba vive en Valencia, España, pero me comunicó por mail que va a estar en su ciudad en Enero. Me digo que cuando vuelva a Buenos Aires a pasar un mes, pararé en sendas ciudades a visitar a mis amigas.

En la misma terminal de Salta nos caza al vuelo un agente turístico, cuando llegamos, que nos ahorra la fastidiosa tarea de buscar alojamiento, y nos envía en taxi (cortesía de la casa) a una pensión con piscina, donde nos dan un cuarto para las dos, con televisión y baño privado. Mientras nos instalamos y descansamos, encontramos al azar en la tele un culebrón mejicano de lo más sentimental. Nos divertimos tanto con los diálogos que se nos ocurre que podríamos filmar una escena de novela latinoamericana. Sólo necesitamos un guión, pero ya se nos ocurrirá algo. Luego salimos a explorar Salta.

Esta es una cálida ciudad de aire colonial y ambiente tranquilo. Una ciudad de vacaciones. Vemos varias agencias turísticas ofreciendo excursiones a los alrededores, por lo visto está rodeada de maravillas geográficas que visitar, pero no está en nuestra agenda este tipo de actividades (ni en nuestro presupuesto), así que nos dedicamos simplemente a conocer Salta, que no es poco.

Natalia me habla de una hermita en un cerro, a una hora y media de camino a pie desde aquí, donde una mujer reparte bendiciones. Sólo que en esta época del año la mujer no está, pero se puede visitar la hermita. Yo no soy piadosa, pero me gusta visitar lugarcitos de este tipo, además, un poco de ejercicio subiendo el cerro no me vendrá mal, así que decido acompañarla.

Cruzar Salta hasta su extremo norte, donde empieza el sendero de subida hacia la hermita, nos toma un buen rato. En el camino, un chico en bicicleta, de cabello largo recogido en una coleta, y rasgos nativos se acerca, nos pregunta que de dónde somos y nos acompaña en silencio un tramo. Luego desaparece para volver a aparecer más tarde y seguir acompañándonos. Percibo que ronda a Natalia. No es agresivo ni pesado, simplemente camina a nuestro lado, hablando poco. Me digo que es una forma de cortejo bien peculiar. Cuando llegamos al pie de las escaleras que suben el cerro, descansamos un momento y, al sentir que no formo parte de la ecuación, me separo discretamente de ellos para hablar con una pareja que acaba de bajar de la hermita. Cuando vuelvo donde está mi amiga, veo que se despide de su pretendiente y, una vez a solas, me revela que el chico, sin ningún tipo de apuro, le pidió un beso. Me encanta. Me fascina la sencillez del proceso, esa asertividad pasiva que demanda las cosas sin violencia, simplemente pidiéndolas como si se tratase de un derecho natural. Es lo que yo llamo el "poder del Yin".

Por otro lado, tampoco me extraña que el chico más tímido del mundo se sienta deslumbrado por mi amiga hasta el punto de atreverse a pedirle un beso, así, de buenas a primeras, a pesar de su retraimiento. Natalia está luminosa. Aunque ella asegura que está energéticamente agotada después de un año complicado y de trabajo duro, yo la veo esplendorosa, y además, sabe lucirse. Con sus vestidos sin mangas, su melena al viento, y sus descarados andares de mujer libre, hace que muchos tipos se giren a mirarla. Me hace pensar en un texto de "Un curso en milagros" de Marianne Williamson, que dice que "(...) es nuestra luz y no nuestra oscuridad lo que más nos aterra (...) nos preguntamos a nosotros mismos: quién soy yo para ser luminoso? (...) de hecho, quién eres tú para no serlo? (...) todos vinimos aquí para brillar, como brillan los niños". Y Natalia brilla sin pudor. Me encanta verla así, en su salsa, y ver cómo el amor la ronda. En el crucero también recibía atención masculina, pero no tenía esta energía, y no me extraña, la vida en un crucero consume el espíritu de cualquiera. En una conversación posterior, a raíz de una tirada de cartas del tarot en que me sale la carta de las comparaciones, me hace un comentario al respecto, me dice que me estoy comparando. Puede ser, pero es que me resulta inevitable. Además, no veo nada malo en compararse con otros si es para aprender algo.

Subimos el camino de escaleras de piedra que nos lleva, montaña arriba, hasta la hermita de las bendiciones. Cuando llegamos, nos encontramos con toda una compleja infraestructura diseñada para hacer cola con el fin de recibir la bendición. Tiene cabida para muchas personas, sólo que hoy no hay nadie ya que la señora santa no está, así que recorremos el lugar a nuestro aire sin tener que hacer filas. Por lo visto, existe aquí la tradición de colgar rosarios de los árboles, y veo por doquier árboles cuajados de rosarios que cuelgan de sus ramas como flores sagradas. Es muy bonito. La capilla es mínima y cuando entro, encuentro a Natalia, que sí es piadosa, en oración. Lágrimas resbalan por sus mejillas y, acordándome de su reciente flirteo, se me antoja como una María Magdalena que reparte sus pasiones entre lo mundano y lo místico.

Cuando emprendemos el regreso vemos una curiosas indicaciones indicando "playas". Ilusas de nosotras, buscamos en la dirección de las flechas esperando encontrar un recodo donde bañarnos, en el trayecto de algún rio, a pesar de que estamos en la cima de un monte. Por supuesto, no encontramos más que unos pequeños descampados, y nos volvemos, confundidas, hacia la ciudad. Al llegar a las primeras casas, el pretendiente de Natalia reaparece con su bicicleta y, con su discreción característica, nos acompaña hasta la parada del bus. Allí nos despedimos de él sólo para reencontrarlo en la puerta del hostal (confirmando mi pronóstico) cuando llegamos. La situación se vuelve cómica y Natalia me amenaza con liquidarme si escribo esto en el blog. Me dice que escriba las cosas que me pasen a mí, pero es que aquí en Salta soy una mera espectadora.

El resto del tiempo lo pasamos visitando esta bonita ciudad, y descubrimos su amplia y frecuentada plaza central, que por algún motivo nos había esquivado el día anterior. Allí cenamos y frente a unas cervezas, hablamos, entre otras cosas, de amores.

Tenemos otro día entero antes de irnos, ya que el bus hacia la frontera con Bolivia sale de noche, por lo que decidimo pagar media diária más en el albergue, lo cual nos da derecho a holgazanear en la piscina toda la mañana y quedarnos hasta media tarde. Después de comer nos disponemos a subir en el teleférico que lleva a un mirador donde hay, por lo visto, un sendero ecológico y unas cataratas, pero cuando ya estamos dentro de la cabina que nos va a llevar, suspendida de un cable, a la cima del mirador, Natalia recuerda que tiene vértigo y decide bajarse a toda prisa. Así que subo sola. Este es un pacto explícito que tenemos entre las dos y que verbalizamos en Tacuarembó antes de emprender el viaje: no tenemos que estar las 24 horas del día pegadas. Las dos somos muy independientes y celosas de nuestro tiempo y espacio personal, por lo que nos hemos ido tomando "ratos libres", sin que la otra se enfadase. Esto ha permitido a nuestra relación respirar, lo cual ha contribuído a nuestra buena convivencia.

Después de darme un par de vueltas por el mirador y hacer unas fotos, desciendo los cuarenta y cinco minutos de escaleras que constituyen la vía de acceso alternativa a este pequeño complejo turístico, hasta llegar al centro de Salta de nuevo. Dejo a Natalia un mensaje en el albergue, y me voy a la plaza central donde sospecho que la voy a encontrar. Pero me equivoco. Después de esperar un rato, desisto y decido aprovechar para ir a buscar su regalo de Navidad. Le compro un rosario con la imagen de la Virgen del cerro, la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús (casi me ahogo recitando su nombre), además de un anillo que se probó ayer y no se compró. Se que le van a gustar. También descubro, en mi paseo a solas, que en esta parte del mundo de habla hispana, a pesar de lo que indica la Real Academia de la Lengua, "playa" significa "aparcamiento". Ya podíamos buscar recodos arenosos a la vera de un río.

Más tarde, cuando nos encontramos en el albergue, descubrimos que estuvimos a la misma hora en la plaza, sólo que en extremos distintos, esperándonos la una a la otra. Una vez más, la telepatía no nos falló, sólo que yo necesitaba comprarle el regalo de Navidad.

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