miércoles, 30 de noviembre de 2011

Salvador

La primera muestra de bienvenida que me da Brasil al bajar del avion, aparte de un aire calido casi a media noche, es un cartel con mi nombre completo escrito en él. André, hermano de mi amiga Leila, y su mujer Claudia me esperan en el aeropuerto para llevarme al hotel. Aparte de ahorrarme un dudoso taxi, esto me supone una visita nocturna guiada por la ciudad, ya que recorremos diversos barrios de la misma antes de que me dejen en Barra, donde voy a pasar la primera noche. Lo agradezco infinitamente ya que una de mis premisas en los viajes, para no correr riesgos innecesarios, es no llegar de noche a los lugares. Solo que la aerolínea portuguesa TAP no tiene en consideración mis premisas en la planificación de sus vuelos.

Y realmente, no me hubiese gustado nada llegar sola a la puerta de este hotel que he contratado desde Barcelona, ya que es una verdadera cochambre y la calle es lugubre y está desierta. Pero estoy rendida del viaje y no tengo mucho tiempo de reparar en la precariedad de mi alojamiento antes de caer redonda. Cuando el sol me despierta por la mañana, despues de una ducha fresca y un desayuno con el aromatico cafe de mis fantasias hecho realidad, mi impresion de haber entrado en el segundo mundo se desvanece al descubrir que el hotelucho tiene wi-fi, que funciona bastante bien y que el desalinado encargado del hotel pronuncia "wi-fi" a la inglesa (wai fai) y no "guifi" como decimos nosotros los europeos de la franja latina. 

De todos modos, para la siguiente noche me traslado a un albergue juvenil, mucho mas economico, bonito y colorido, regentado por unos delicados brasilenos que han instalado una boa de plumas de color fucsia encima del espejo del lavabo de las chicas. Me parece bien curioso el detalle. Al ser temporada baja, dispongo del dormitorio para mi sola, y tambien tienen wi-fi. Una vez instalada, me dispongo a reencontrarme con esta ciudad, que conoci por primera vez doce anos atras.

Despues de visitar el Pelourinho (centro historico), donde descubro un tienda en la plaza principal, en la que Michael Jackson filmo un video http://www.youtube.com/watch?v=QNJL6nfu__Q&ob=av2e, comer el "acaraje" de rigor, calmar la sed con agua de coco, y sentarme un rato a comtemplar el ir y venir de las gentes delante del Mercado Modelo, decido visitar la iglesia do Senhor do Bonfim, y el fuerte de Monte Serrat, pensando que estaran llenos de turistas, y por lo tanto sera seguro para andar sola.

Me equivoco, en la zona de la iglesia no hay casi nadie, sera porque son las dos de la tarde y la tremenda solana no invita a callejear. Asi que despues de una breve visita y unas fotos, desciendo la ladera hacia el fuerte. Pero antes de entrar, me seduce la playa que lo contornea, con su arena blanca, y su agua tan azul, y hace tanto calor, y yo llevo puesto el bikini, que no me resisto a bajar a, por lo menos, mojarme los pies.

En esta esquina de la playa hay poca gente. Podria irme un poco mas alla donde hay un bar con mesas y sombrillas, pero tambien con mucho barullo, asi que me quedo aqui. Me muero por darme el primer chapuzon en aguas brasilenas, como bautismo de este viaje, pero se que no es prudente dejar las cosas solas en la arena, sobretodo porque llevo el pasaporte conmigo. Me siento cerca de la orilla, y tomo consciencia de la lechosidad de mi piel contrastando con los tonos amarronados de los otros banistas, es evidente para todos que soy la unica guiri de la playa. Al fin decido pedir a una senora que pasea con su nino que vigile mis cosas un momento mientras me lanzo de cabeza al mar. Solo me permito medio minuto de alivio en el agua fresca antes de volver a la vera de mi pasaporte, y me siento en el pareo. Unos adolescentes me observan desde un poco mas alla, yo tambien les miro, para que vean que no me asustan (lei esta estrategia no se donde), caminan hacia mi, uno de ellos me reta con la mirada, yo acepto y acaba apartando la vista el. Pasan de largo, y se dirigen hacia el pie del fuerte. Una pareja me observa desde las rocas, y un hombre joven con un nino tambien me miran desde el agua. El viejo hippy del barecito de este canto (si se puede llamar asi a la barraca que regenta) cruza tambien una mirada conmigo, y decido que es hora de irse. Cuando estoy vistiendome, con el bikini todavia mojado, la chica de las rocas viene hacia mi y me dice que puedo sentarme con ella y su novio si quiero. Le agradezco amablemente y le digo que me voy a visitar el fuerte. Al pie de las escaleras, me alcanza el hombre joven que estaba en el agua con el nino, y me dice que mejor que no me vaya todavia, ya que los adolescentes deben estar esperandome arriba para darme el palo, que vaya a sentarme con el, su hermana y su sobrino, si quiero. Se lo agradezco pero mejor me siento en una de las mesas de la barraca, al amparo de una sombrilla, porque ya me estoy achicharrando. Le pido un agua al hippy, y me dispongo a esperar a que mi angel de la guardia me indique el momento y modo mas seguros de largarme para el albergue.

Un poco mas alla esta sentado un chico moreno que se levanta, dejando el movil y dinero esparramados sobre la mesa, y me pide a mi, la persona mas vulnerable de esta playa, que vigile sus cosas un momento. Supongo que debe haberse percatado de que todos los figurantes de la escena estan pendientes de mi, por lo que mientras me quede aqui, ya nadie me va a robar, ni nada que yo custodie. Le digo que vale y le veo alejarse hacia las rocas. El hombre joven, se acerca de nuevo con la hermana, y se sientan los dos a mi lado. Conversamos, se llama Claudio, me pregunta si tengo familia (marido), y creo percibir un ligero flirteo mientras la hermana mira hacia el mar, controlando a su hijo. Despues de poco me dicen que me acompanan a la parada del bus, pero para eso hay que acercarse al fuerte, por donde andan los adolescentes, y a la vez, tengo que esperar a que vuelva el chico cuyas cosas estoy vigilando. A todo esto, el hippy de la barraca me debe el cambio del agua que he comprado, pero rebusca dentro de la parte delantera de su banador, que hace las veces de monedero, sin encontrar nada (cosa de la cual casi que me alegro), y me dice que ahora le traen monedas.

Total, que llega un momento en que no se a quien le toca mover ficha, ya que andamos esperandonos unos a otros pero nadie se mueve.

Finalmente vuelve el chico de las rocas a por sus cosas, yo paso de las vueltas del hippy, los adolescentes parece que se han ido, y me voy con Claudio, la hermana y el sobrino a la parada del bus, que esta delante de su casa. Al llegar, me dice que me acerca a otra parada en su coche. La hermana, en un aparte, me asegura de que me puedo fiar de el. Ya dentro del coche, Claudio decide llevarme directamente al albergue, y por el camino me cuenta un poco su vida: ex-militar y actualmente estudiante de radiologia y vendedor. Es de Salvador pero vivio unos anos en Rio, es soltero. Tambien me da su mail y su numero de telefono, y me dice que le llame si decido quedarme un dia mas, para llevarme a conocer la ciudad y a ver la puesta de sol mas linda de Salvador. Me deja en la puerta del albergue despues de agradecerle mil veces el rescate. Mientras me relajo, reflexiono sobre lo acontecido y me quedo con una impresion parecida a la que tuve la primera vez que vine aqui, en que tambien tuve un par de altercados con final feliz: que a pesar de la inseguridad de sus calles, hay mas gente buena y solidaria que mala en Salvador.


La invitacion de Claudio es tentadora, y la verdad es que me lo pienso, aunque seguramente implique una intentona de visita al huerto. Pero en las siguientes 24 horas un camarero y un paisano, cada uno por su lado, me proponen tambien ensenarme la ciudad al ocaso del dia, si me quedo un dia mas. Empiezo a pensar que esto es un cliche y que no lo dicen en serio, o que es una llevada al huerto directamente, asi que decido irme esta noche, como tenia planeado, y pongo rumbo a la Chiapada Diamantina.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Planeando

Recuerdo el día en que Natalia me planteó la idea de hacer un viaje largo juntas por tierras latinoamericanas. Era invierno, el estrés dominaba mi vida, y a pesar de tener en ese momento un empleo que me permitía viajar, ya hacía tiempo que mi naturaleza nómada me estaba implorando un nuevo destino. Así que la perspectiva de dejarlo todo y tomarme un tiempo sabático viajando de verdad, como preludio de una nueva etapa, hizo que las cosas se pusieran en su lugar dentro de mi cabeza, y esta aventura empezó a tomar forma.


Sabía que sería difícil, durante el tiempo que faltaba para partir, no construir expectativas, a pesar de la intención de no hacerlo, por aquello de no defraudarme. Por eso intenté que esta vez fuesen modestas. Las imagenes que, recurrentemente, me venían a la cabeza cuando decidí pasar por Brasil antes de encontrarme con Natalia en Uruguay, fueron recuerdos e impresiones gratas de mis anteriores visitas a ese país: la fruta fresca y sabrosa del "sacolao", los baños en aguas frías de océano, las cascadas, el calor del sol, el cafe dulce y aromático de las mañanas, la música constante y, por supuesto, la hospitalidad y cercanía de sus gentes. Y dejé que mis fantasías revolotearan simplemente alrededor de esto, sabiendo que todo lo demás que me iba a encontrar era impredecible y sorpresa. Sin embargo, un fantasía mucho mayor y engendrada en mi primer viaje al otro lado del charco, se infiltró entre las otras: la de no regresar y quedarme a hacer las américas. En este momento de mi vida, todo podía suceder, y mi proyecto de montar un negocio al volver del viaje podía desarrollarse realmente en cualquier lugar. Pero no iba a permitir que mi aventura estuviera condicionada a esta idea, así que la reduje a la categoría de "una opción", según como fuesen las cosas, e intenté adoptar una actitud relajada y abierta.

Tampoco tengo por costumbre planear demasiado mis viajes, sobretodo cuando son largos, para permitir que el azar (mejor estratega que yo) me vaya indicando el camino, y vaya proponiendo la mejor opción, como siempre hace cuando se le deja. Pero tenía pendiente una visita a la Chapada Diamantina en Bahía, y una gran necesidad de hacer senderismo para exorcizar los demonios que se han ido instaurando en mi mente, en estos últimos tiempos de estrés en la ciudad. Así que aproveché un par de contactos y medio organicé desde Barcelona una ruta por ese parque nacional. A partir de ahí, el único plan era ir bajando hasta la frontera con Uruguay, parando en Belo Hotizonte, Sao Paulo e Iguazú. Una vez com Natalia nos encaminaríamos hacia el Machu Pichu, pasando seguramente por Argentina y Chile. De ahí ella volvería a casa y yo a Salvador vía Bolivia. Las únicas fechas de referencia eran mi llegada a Brasil el 15 de noviembre, mi encuentro con Natalia el 5 de diciembre (aproximadamente), su regreso e Uruguay a mediados de enero, y mi vuelo de regreso a Barcelona el 14 de febrero.

Con esas coordenadas, y sabiendo que no eran fijas, empaqueté una mochila mas bien pequeña, dejé mi piso, me despedí de mi trabajo y seres queridos, y aguardé lo mas paciente que pude a que llegase el tan esperado día.

Hasta que llegó. El 15 de noviembre, día de la proclamación de la Republica Brasileña (detalle que sólo mi subconsciente recordaba, y por el cual probablemente elegí esa fecha), dejé dos rostros amigos diciéndome adiós al otro lado de los controles del aeropuerto, y puse rumbo al verano, al otro lado del arco iris.