miércoles, 25 de enero de 2012

Buenos Aires

Desde que ví "El lado oscuro del corazón" que he querido subirme al barco que parte de la orilla uruguaya del Río de la Plata hacia Buenos Aires al atardecer, así que insisto en ello para llegar a la capital argentina, aunque hubiésemos podido ir por tierra. Natalia accede, ya que lo ha hecho otras veces.

Un bus nos lleva hasta Colonia, desde conde subiremos al ferry, y en la misma terminal de Montevideo oímos decir que el río está agitado. Como me mareo fácilmente en los vehículos, y sobretodo en los barcos (uno de los motivos por los cuales sólo duré un contrato en el crucero), tuve la precaución de traerme biodraminas con cafeína. Así que me tomo una pastilla en cuanto me subo al bus y, una vez en el barco, cuando nos advierten que se va a mover mucho, me tomo otra. El "Colonia Exprés" no es el barquito que yo vi en la película, sino un barco pequeño y moderno. No se puede salir a cubierta a contemplar el ocaso, sino que estamos todos acomodados en poltronas dentro de la cabina. Unos televisores muestran las medidas de seguridad, como si de un avión se tratase,  y cuando hemos zarpado, muestran un concierto de Maná.

Nos hemos sentado en primera fila, frente a unos ventanales amplios, para contemplar el paisaje, a pesar de las advertencias en contra de la azafata, y apenas zarpamos descubrimos por qué. No es que el barco se mueva, es que galopa contra la embestida de las olas, y la parte delantera es la que recibe mayor impacto. Me levanto como puedo y me voy, tambaleándome, hacia las filas de en medio, que están vacías, igual que las de delante. El resto de los pasajeros, que se conocen el tema, está apilado en la parte de atrás. Me siento delante de uno de los televisores y saco una bolsa de plástico esperando lo peor. Pero, para mi sorpresa, mi estómago se mantiene estable.

No así el de Natalia. Ella se ha quedado en los asientos de delante y pronto la veo alzar la mano hacia la azafata pidiendo una bolsa. En un principio pienso que la pide para un hombre que había sentado cerca nuestro, ya que ella no se marea en los barcos (duró tres contratos seguidos en el crucero sin problemas), pero en seguida la oigo vomitar. Yo no me atrevo a moverme por miedo a que mi estómago se gire de repente y entonces seamos dos echando los hígados por la boca. Además de la azafata, un azafato se ha quedado también cuidando de los enfermos de las filas de delante, y desde mi asiento le pregunto al chico si Natalia está bien. Me dice que si, como quien está acostumbrado a este cuadro, pero yo la sigo escuchando convulsionarse. Afortunadamente, este trayecto sólo dura una hora, aunque 60 minutos de náuseas pueden resultar muy largos. Yo intento entretenerme con el concierto de Maná, totalmente fascinada con la efectividad de las biodraminas. Nunca pensé que tuviese que felicitar a la industria farmacéutica por algo, pero tengo que decir que frente a este fármaco, me quito el sombrero.

Cuando el barco está llegando a puerto, y deja de moverse tanto, me siento cerca de Natalia cuyo rostro, habitualmente radiante, ha sido substituido por un semblante pálido y ojeroso. Le pregunto que cómo está, y se limita a mirarme con cara de pena.

Un taxi nos lleva del puerto al albergue, en el centro de la ciudad, donde llegamos ya de noche. Allí, Natalia vuelve a ponerse mala, por lo que decide acostarse y dar el día por terminado. Mi estómago no sólo ha aguantado los alimentos durante todo el viaje, sino que reclama más, ya que no hemos cenado. Así que dejo a Natalia acurrucada en su cama, y bajo a la calle a buscar algo de comer.

La verdad es que mi entrada en Buenos Aires no ha sido precisamente triunfal, y menos cuando veo cantidades de basura esparramadas por el suelo, que dan a la ciudad un aspecto sucio y poco apetecible. No quiero alejarme demasiado del hostal porque no tengo mapa de la ciudad, así que giro la esquina y recorro una calle peatonal donde hay negocios aún abiertos, a pesar de que ya es medianoche, y gente deambulando. Hay restaurantes pero sólo quiero comer algo rápido, y lo único que encuentro son tiendas de snacks. Me conformo con unas patatas fritas que me aguanten el cuerpo hasta el desayuno de mañana y me vuelvo a la vera de mi amiga, que sigue viva pero pálida.

Al día siguiente mi amiga ya está recompuesta. De hecho se ha levantado antes que yo y no la veo por el albergue, así que me ducho, desayuno, y justo entonces aparece y salimos a pasear. Ella vivió aquí un tiempo, así que me hace de guía turística. Nos mezclamos con el bullicio de la ciudad, vemos músicos callejeros, vendedores ambulantes, y gente por todas partes. Veo el rostro de Evita Perón delineado en la fachada de un edificio alto, y me digo que sí, que finalmente estoy en Buenos Aires. Pasamos por la calle de los teatros y descubrimos que más tarde hay una muestra de danza de los alumnos de la escuela San Martín, y es gratis, tomamos nota. Percibo que la oferta cultural es amplia y variada, y de hecho la ciudad me recuerda, de algún modo, a Madrid.

Además, nos dedicamos a comprar el material necesario para nuestro pequeño negocio: hemos decidido que con el fin de sacarnos un dinero extra para el viaje, vamos a poner una parada en ferias y festivales. Natalia tirará las cartas del tarot y yo pintaré las caras a los niños. Es algo que no he hecho nunca, ni siquiera lo he ensayado, pero no puede ser muy complicado, se me da bien pintar.

Asistimos al espectáculo de danza que hemos visto anunciado, y que resulta ser fabulosamente espectacular. Dinámicas y coloridas coreografías llenan el escenario con una energía vibrante y contagiosas. Me siento totalmente fascinada y cautivada por el movimiento de los bailarines y desearía estar encima del escenario y no en el patio de butacas. Es como un gusano que se me despierta de repente dentro y me muerde ambriento. Me acuerdo de mis días de bailarina, y me pregunto qué hubiese pasado de haber continuado bailando, se me daba bien. En realidad, no resiento no haberme dedicado a la danza profesionalmente, ya que en las terapias me siento realizada y creo que tengo mucho que ofrecer. Lo que resiento, y me doy cuenta cada vez que veo un espectáculo de baile, es que no forme parte de mi vida. En los últimos dos años fue imposible ya que viajé constantemente, pero a partir de ahora tiene que volver a estar la danza en mi vida, como hobby o como sea, pero siento que es imprescindible que vuelva a bailar para que mi espíritu esté en paz. Y con esta determinación, una pieza más encuentra su lugar en mi puzzle personal. Natalia también se inspira con el espectáculo y sale del teatro danzando, literamente, por la calle, con la deshinibición que la caracteriza, y que yo tanto envidio.

Llega el sábado y nos disponemos a arrancar nuestro negocio. Natalia conoce un mercadillo en un parque donde podemos ponernos y allá vamos. Nada más llegar, uno de los artesanos nos indica una zona "libre" delante del cementerio, por donde pasa gente y donde no hay que pagar para ponerse. Así que allí nos instalamos con dos pareos en el suelo. Una vez plantada nuestra precaria paradita, le pinto una mariposa en un lado del rostro a Natalia y me pongo a jugar con las bolas carioca para llamar la atención. De repente nos damos cuenta de que justo detrás nuestro hay una furgoneta tipo Wolskwagen de los años 60, pintada de colores, con florecitas y símbolos de la paz. No la vimos cuando nos instalamos allí, pero nos viene de perlas: Natalia con su mariposa pintada en la cara, yo haciendo malabares, y la furgoneta detrás, formamos el cuadro perfecto. Tanto, que pronto se acerca un grupo de japoneses a hacernos fotos, así como otros transeúntes que curiosean a nuestro alrededor. Pero nadie quiere que le tiren las cartas ni que le pinten la cara. Sólo viene un tipo de dudoso aspecto a decirnos que la furgoneta es suya, y a sugerirnos que le paguemos si la gente nos hace fotos. Lo mandamos amablemente a paseo y se va.

Al poco, se acerca una mujer que nos dice que también es tarotista, nos da algunos consejos sobre otros lugares en la ciudad donde podemos ponernos, como es la calle Florida, y le invito a sacar una carta, a cuenta de la casa. Ella, conocedora de la ley de la reciprocidad, nos deja un par de pesos de propina. Bueno, nuestra inversión fue de unos 100 pesos, ya sólo nos quedan noventa y ocho para recuperar. Pero no nos da tiempo, ya que poco después aparece la ley a decirnos que, "señoritas, tienen que irse de aquí". Decidimos probar suerte en la calle Florida, pero hay pocos huecos libres, y parece que los que hay tienen dueño. Esto ya no es una feria, sino simplemente son paradas en el suelo de la calle, y yo no me siento cómoda, así que me retiro. Natalia se queda un rato, pero tampoco consigue disminuir nuestro déficit.

Para celebrar el éxito de nuestra empresa, decidimos irnos de fiesta. Ayer ya salimos un rato a tomar algo por el bohemio barrio de San Telmo, pero hoy parece que hay más ambiente en la ciudad ya que se celebra un festival de Tango. La Avenida de Mayo está cortada y en ella han instalado varios escenarios donde diversos tangueros cantan y bailan. Y no sólo eso, sino que el público baila también en parejas, a pie de calle, al ritmo de la música. Es como una milonga al aire libre. Me encantaría poder bailar pero no sé, y el gusanito bailarín dentro de mí ya no me mordisquea sino que me devora. Me digo que quizás después del Machupichu, una vez se vaya Natalia, el mes que me va a quedar regrese a Buenos Aires a aprender Tango. Y a tantear realmente la ciudad, para ver si monto mi negocio aquí, en lugar de en Brasil o Barcelona. Natalia me dice que me ve perfectamente con un vestido negro de tirantes y zapatos de Tango bailando en una milonga. Yo no es que me vea, es que me estoy sintiendo los tacones en los pies.

Volvemos a San Telmo a un bar llamado "Las del Barco", que descubrimos anoche, y que parece haber sido diseñado para nosotras. Allí conocemos a un par de chicos que nos invitan a unas cervezas en otro lugar. Esto también lo echaba de menos, que los chicos se acerquen a invitarme a una cerveza, o a hablarme simplemente. En Barcelona, por algún motivo, esto no me sucede habitualmente, y cuando sucede suele ser un latinoamericano el que lo hace. Sabía que en estos países el relacionamiento es más relajado, como puedo comprobar esta noche, y es algo que, como digo, echaba de menos ya que, al final, una acaba acomplejándose, por no decir aburriéndose. De todos modos sé que, aunque en parte es una cuestión cultural, también tiene algo de personal. No se trata de la edad, puesto que se, por experiencia propia, que a los chicos jóvenes (habituales de la noche) les encantan la maduritas. Es más una cuestión de actitud, de la cual no nos damos cuenta. Justo antes de partir de viaje, salí de fiesta por Barcelona con dos amigas mías. Estábamos las tres contorneándonos en la pista de baile, sin que nadie nos dijese nada, hasta que se me acercó un tipo con la siguiente aseveración: "sois las tres divinas, pero parece que si se os acercan vayáis a morder, sois muy orgullosas". Le agradecí el dato al tipo, pero quedé estupefacta. ¿Orgullosa yo? ¿Esa es la impresión que causo? Por supuesto sólo fue una opinión subjetiva, pero esta noche, delante de una cerveza en San Telmo, escucho algo parecido. Mi nuevo amigo (Natalia está entretenida con el otro), me dice que estoy a la defensiva, y que sonrío pero parece que me vaya a poner a pelear. Vaya, una de dos, o los hombre de hoy en día son muy flojos, o mi naturaleza guerrera se me va de las manos y me traiciona. En realidad el tipo no me gusta como para seguir flirteando con él (sobretodo cuando me pide un beso), así que acabo hablando con otro chico, con quien mantengo una conversación cordial, después de haber depositado mi espada en el suelo, donde no pueda asustar a nadie.

Se está haciendo de día y decidimos volver al albergue, solas. La madrugada en Buenos Aires me parece inofensiva y este es un motivo más por el que me gustaría pasar algún tiempo aquí: me gustan las ciudades donde una damisela desprotegida y sin espada, como yo, puede pasear tranquilamente por la calle a cualquier hora.

Al día siguiente, ninguna de las dos hace mención de intentar de nuevo nuestro negocio. Hemos comprado billetes para irnos a Salta, en el norte del país, cerca de Bolivia, y simplemente disfrutamos de una perezosa mañana de domingo haciendo turismo en Caminito y despidiéndonos de la ciudad.

3 comentarios:

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  2. Fantàstic... solament ha faltat una cobertura gràfica del mogut viatge amb vaixell... i les seves conseqüències... jejeje
    Jo tampoc crec que siguis orgullosa, tal vegada es tracti d'un aspecte cultural pel qual els espanyols (o fins i tot més els catalans) som més tancats i donem aquesta sensació de serietat i orgull en la pose. I més vist des d'un altre país on les relacions entre persones es viuen més obertament. Però per res és alguna cosa que reflecteixi el nostre veritable interior... és culpa la nostra armadura que ens posem en sortir al carrer cada dia, així que el que hauries de deixar al terra no seria l'espasa, si no el casc i la cuirassa. Tenim molt que aprendre d'ells.
    Espero noves aventures!!!
    Petons

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  3. Gràcies Gurrunyo, em tranquilitzes! Una abraçada, ens veiem ben aviat!

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