martes, 10 de enero de 2012

Sao Paulo

Estos larguísimos trayectos en bus jercen una acción terapéutica en mí. Pienso, pienso y re-pienso mientras veo Brasil transcurrir al otro lado de la ventana. La música que emana mi tablet va meciendo mi espíritu a diferentes ritmos, aunque la dosifico ya que el androide sólo tiene siete horas de autonomía y este viaje dura muchas más.

He quedado con Alex que lo llamaré desde la estación de bus cuando llegue. Escucho su voz, después de cinco años, y me resulta un poco más seria. Bueno, debe rondar los 50 ya, y tiene dos niños. Los años locos de Londres, donde nos conocimos, se acabaron supongo.

Un bus que demora una eternidad en llegar me lleva, otra eternidad más tarde a San Bernardo do Campo, municipio anexo a Sao Paulo donde viven Alex, Regina y su familia. Este me espera delante de la iglesia, donde finalmente me deja el bus, y dentro del coche veo sentados a una mini-Regina y a un mini-Alex. A Zara la conocía cuando tenía un mes de vida, en Londres. A Kian sólo lo había visto en fotos. La versión "papá" de Alex es nueva para mí y, además, él pasa más horas en casa que Regina por lo que es un "papá-mamá", y como buen cancer que es, le va el papel.

Los niños no se cortan un pelo conmigo y en seguida me hacen partícipe de sus juegos, me enseñana las Havaianas de Princesas de Disney de Zara, y la colcha de Cars de Kian, y me hacen un hueco en su habitación donde dormiré estos días. Realmente, sólo le pedí a Alex que me acogiese un par de noches, pero este insiste en que me quede más, que el domingo ha organizado una comida temática en casa de unos amigos y, estando yo aquí, habían pensado en una comida española, y en que les podría cocinar nada menos que una paella.

Bueno, me digo que unos días en familia no me vendrán mal, además me gustaría pasar algún tiempo con Doroti, la madre de Alex, con quien tan buenas migas hice en mi primer viaje a Brasil, once años atrás. Lo de la paella, ya veremos, nunca he cocinado una.

Mientras los niños duermen la siesta, Alex y yo nos ponemos al día. Hace ya unos tres años que dejaron Londres, el mito del retorno de los emigrados los alcanzó igual que a mí. Y, de la misma manera, se dieron cuenta que volver a casa no es fácil, después de tantos años, y que las expectativas que uno se crea no acaban de cumplirse del todo. Desde luego, haber vivido en un país europeo y volver con un inglés fluído, abre muchas puertas. Sin embargo, en el proceso nosotros nos hemos transformado, y nuestro hogar de orígen también se ha transformado, y sentimos que ya no pertenecemos del todo a él, ya que una parte de nosotros se ha quedado en ese otro lugar, del cual hicimos nuestro segundo hogar, por elección, y del que sentimos ahora una gran nostalgia.

En mi caso, la nostalgia ya no es sólo de Londres, sino del hecho de ser extranjera. Me siento bien en mi papel de "outsider". Me gusta llegar a conocer un idioma que no es el mío, una forma de hacer diferente, y aún así sentir que puedo pertenecer a cualquier lugar, o que no necesito pertenecer a ninguno. Supongo que esto responde a mi naturaleza nómada-exploradora, y que por eso estoy considerando montar mi centro de terapias aquí en Brasil. Tiempo atrás, hablábamos con Alex y Regina de crear un negocio juntos en alguna playa bahiana. Compraríamos terreno y construiríamos una "pousada" con servicio de terapias. Ellos llevarían la parte hotelera y yo las terapias.

Pero Brasil ha ambiado mucho desde entonces. Hoy en día es un BRIC (Brasil, Rusia, India, China), una de las potencias emergentes, de hecho es la 5ª potencia mundial (habiendo desbancado a Gran Bretaña recientemente), su moneda es fuerte, y ya no se compra terreno con mil libras como antaño. Comento con Alex y Regina, con una copa de vino, mis charlas con Suely y Cristian, ambos con negocios en Capao. En ambos casos, y por lo visto en la mayoría de casos, los negocios en este tipo de localidades van en función del turismo, por lo que son de temporada y sus dueños no viven de ellos sino de dinero europeo. Es decir, viajan a Europa, hacen dinero (artesanía, trabajos varios, incluso contrabando de diamantes o drogas) para poder vivir la vida bucólica de Capao. Pero ni esta dinámica es posible ya, teniendo en cuenta la crisis europea y el auge económico de Brasil. Respecto a este auge les comento que, a primera vista, no veo los signos de prosperidad del país. Las comunicaciones no están mejor (carreteras, transporte público), y el aspecto de las ciudades no ha mejorado. Lo que sí ha cambiado es el precio de las cosas y el valor de la moneda: ¡está todo carísimo! Por lo que me cuentan, la economía se ha movido y hay más trabajo, cosa de la que me alegro, pero creo que Barcelona ha cambiado más en los últimos 8 años que Sao Paulo o Salvador.

Lo de que me alegro que se haya movido la economía, es por ellos realmente, no por mí, ya que mi falta de información y planificación del viaje (es que me gusta improvisar) hizo que diseñara un presupuesto muy poco realista. Por lo que estarme unos días en casa de Alex me viene de perlas, ya que va a minimizar los destrozos, ya que no tengo que pagar alojamiento, y además, Alex no me deja pagar casi nada, compro algunas cosas (panetone, vino) cuando él no está. Siempre tuvo esta actitud ligeramente paternalista hacia mí, y la sigue teniendo, sólo que yo ya no tengo 25 años, como cuando nos casamos, sino casi 40. Será porque continúo sin pareja estable, ni trabajo estable, ni vivienda estable, y viajando con poco dinero, que me ve como una cabecita loca. O será que se siente aún en deuda conmigo, aunque yo considero la deuda más que saldada.

El caso es que paso estos días infiltrada en su rutina familiar de horarios de colegios y trabajo, siestas, y reunión familiar cuando Regina vuelve a casa por la noche. Zara y Kian son adorables, cariñosos y divertidos, pero cada vez que convivo con niños me acuerdo de porqué no tengo hijos. Soy demasiado anarquica para tanto horario, no tengo paciencia, y necesito mucho, pero mucho tiempo para mí misma. En estas condiciones, es mejor que no haya sido madre a pesar de que el reloj biológico retumbe a veces en mis entrañas.

El fin de semana se acerca y con él la paella de marras. Lanzo un S.O.S. vía mail y para mi sorpresa me llueven recetas. Qué calladito se lo tenían todos, ninguno de mis amigos me ha invitado nunca a una paella y de repente resulta que hay como quince expertos paelleros entre ellos. Hago un pequeño estudio de las diferentes posibilidades y finalmente opto por una de las recetas, la que está mejor explicada.

Cuando vamos a comprar los ingredientes al mercado, Alex se divierte escandalizandoa una vendedora, que lo conoce de años a él, a Regina, y a Mercedes, ex-mujer de Alex, contándole que soy su otra ex-mujer. La mujer cree que le está tomando el pelo, pero cuano entre risas se lo corroboramos, la pobre no sabe a dónde mirar y se limita a darle el cambio. Hace lo mismo con su acupuntor, al cual le acompaño, y este sin más preguntas, se concentra en sus agujas.

Paso un día con Doroti, a la cual encuentro sólo un poco más delgada, pero con ese espíritu juvenil suyo que la hace parecer una chavala. Charlamos, comemos, tomamos café, me siento muy a gusto con ella. De hecho, me siento a gusto, en general, entre mujeres porque siento que todas las mujeres del mundo son mis hermanas, y que todas las madres son mis madres. Ojalá tuviese este sentimiento fraternal con los hombres también.

Llega el domingo paellero y yo me encomiendo a todo aquello en lo que creo para que salga bien. Por lo menos, las gambas que hemos comprado son enormes, o sea que algo comeremos. He cocinado también una tortilla de patatas para acompañar y hemos conseguido vino español. Anesia, Jack y sus hijas, nuestros anfitriones, son de lo más amables, viven en un hermoso apartamento con vistas a Sao Paulo, y cuentan con una cocina bien equipada. Pero no tienen paella para cocinar la paella, por lo que decido duplicar el proceso en dos sartenes grandes. Me concentro en el trabajo, Anesia y Regina me asisten y Jack me alcanza un caipirinha que contribuye a mi inspiración. No tengo muy claro en qué momento el arroz alcanza su punto, pero después de dos horas cocinando decido dar la paella por terminada. Servimos la mesa, hemos preparado también pan con tomate y sangría, y cuando lo veo todo junto me da la sensación de estar comiendo en casa de mi madre. La paella pasa la prueba aunque creo que le falta un poco de sal y quizás algún condimento más, pero es contundente. Durante la comida, Alex y yo relatamos nuestra peculiar historia, pero creo que este tipo de situaciones sólo se entienden cuando se han vivido en las propias carnes o muy de cerca.

Cuando me voy de casa de Alex, me invade una profunda sensación de tristeza. Mientras espero el bus en la estación, hago un pequeño duelo por no haber compartido más cosas con Alex y Regina, por su desencanto con la vuelta a casa, que es mi desencanto con mi vuelta a casa, porque Brasil ya no es más la tierra prometida que yo recordaba, y porque mi plan de montar un centro en este país se desmorona.

Pero cuando llega el bus que indica Santana do Livramento, me animo un poco. Dejo Brasil pero voy hacia algo que he esperado durante largo tiempo: a reencontrarme con mi amiga Natalia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario