jueves, 23 de febrero de 2012

La Isla del Sol


Cuando, de buena mañana, hago el cambio de autobús en Puno, todavía en Perú, y veo por primera vez el lago Titicaca, me doy cuenta de lo mucho que estoy echando de menos el mar. A casi 4000 metros de altitud, la visión de esta gigantesca masa de agua dulce que Perú y Bolivia comparten, me parece una bella postal marina, que me da, por algún motivo, un gran consuelo.

Después de una polémica entrada en Bolivia, en que el autobús entero se amotinó contra los responsables de la agencia de viajes porque pretendían dejar a tres brasileños en la frontera, llegamos a Copacabana, a orillas bolivianas del Titicaca, desde donde salen los pequeños barcos hacia la Isla del Sol. Me subo en la parte de arriba de uno de ellos y, durante el trayecto, un americano más que entrado en años me cuenta que viene de Cusco donde se quedó a vivir hace un tiempo, después de unas vacaciones. No es el primero que me cuenta una historia así, y no me extraña, Cusco es un pequeño limbo donde es fácil quedar atrapado en un ensueño entre lo Inca y lo occidental. Yo misma casi adormezco en él, me salvó el frío.

Tenía tantas ganas de viajar en la parte descubierta de un barquito como este, que a pesar de que ya no me quedan biodraminas mágicas y voy con una bolsa de plástico en la mano por si acaso, no me mareo y disfruto de las maravillosas vistas iluminadas por un sol radiante, mientras el americano me cuenta su vida.

Del pequeño embarcadero de la zona sur de la isla parten unas empinadas escaleras de piedra flanqueadas por dos altas estatuas de un hombre y una mujer incas, que llevan a la cima, donde se encuentran los albergues y posadas. Cuando empiezo a subirlas, cargada con todo mi equipaje, unos niños se ofrecen a llevarme la mochila, a cambio de una propinilla. No quiero incurrir en la explotación infantil, así que declino la oferta. Pero unos 15 escalones más arriba estoy echando el corazón por la boca, me acuerdo de que la altitud afecta terriblemente mi capacidad pulmonar, así que, dándome toda clase de excusas, decido incurrir en la explotación infantil con el siguiente niño que me sale al paso. Aunque tengo la decencia, al menos, de no regatearle el precio. Tiene once años, es diminuto, la mochila abulta casi más que él, y me siento un poco culpable por lo que le voy preguntando a cada poco si está bien. Pero él parece no cansarse ni una pizca mientras yo, que cargo sólo una bolsa, no puedo con mi alma y el niño tiene que andar esperándome. Son otra raza esta gente del altiplano.

El albergue está casi en lo alto de la colina, y mi habitación, que no comparto con nadie, tiene unas fabulosas vistas al lago y a la Isla de la Luna, que está a unos kilómetros frente a la Isla del Sol. Según la mitología inca, aquí empezó todo, cuando el Sol y la Luna se encontraron. Sobra decir que el Sol representa lo masculino y la Luna lo femenino.

Una vez recupero el aliento, y siguiendo las indicaciones de la señora boliviana que trastea por el albergue, salgo a explorar la isla. Visito el Templo del Sol, tras media hora de sendero, y regreso a tiempo de acabar de subir la colina, con gran esfuerzo de mis pulmones aunque no voy cargada, e ir a ver la puesta de sol desde el lado oeste de la cima. Lo hago en la terraza de un barecito, acompañada de una cerveza, y añorando mucho la presencia de Natalia, que hubiese alucinado tanto como yo con este espectacular ocaso. El efecto de la cerveza, que a esta altitud sube más, como cuando vas en avión, hace que me ponga un poco sensiblera, así que me sacudo la tristeza y entro a cenar en el bar.

Allí conozco a Rachel, una chica suiza que también viaja sola y que, como yo, trabajó en un crucero, lo cual nos da tema de conversación para toda la cena y un rato más. Rachel llegó hoy y se va mañana, como mucha gente que visita la isla, incluso algunos vienen sólo a pasar el día. Yo he reservado tres noches en el albergue, ya que necesito un poco de calma después de Cusco. Y además, tengo la regla y no quiero mucho trote estos días.

A propósito de mi menstruación, esta está siendo más profusa de lo habitual, lo cual podría explicarse quizás por el hecho de que al estar a más altitud, mi cuerpo ha generado más glóbulos rojos para optimizar el transporte de oxígeno. Pero yo creo que es una cuestión totalmente energética, puesto que se da una peculiar sincronicidad este mes: es casi luna llena, tengo frente a mi ventana la Isla de la Luna, y estoy en la Isla del Sol, que por lo visto es el segundo chacra de la Tierra (aquel que regula las menstruaciones, la creatividad y el reracionamiento de pareja). Necesariamente tanta coincidencia tiene que significar algo y haber afectado mi ciclo menstrual. Como además mañana es Viernes, día de Venus, decido que realizaré un pequeño ritual privado, ya que dispongo de privacidad en la habitación.

A la mañana siguiente me despierto con las luces del amanecer, espectáculo al que asisto, envuelta en una manta, a través de mis privilegiadas ventanas, y vuelvo de nuevo a la cama a esperar a que pongan los caminos en la isla, ya que hoy me dispongo a recorrer el sendero que lleva de la parte sur, donde estoy, a la zona norte, por la cima de la colina, para regresar por la tarde por un sendero que bordea el mar. Unas siete horas de caminata en total, me apetece. Salgo casi a las diez, es un día radiante de nuevo, y tal y como voy caminando, voy sintiendo como me invade la euforia. Ciertamente necesitaba ver agua en grandes cantidades, y necesitaba una caminata larga y tranquila a solas. El sol, que brilla sin interferencias de ninguna nube, también ayuda, y puedo notar, en un día como hoy en que estoy más sensible, la energía de la Pacha Mama, o Madre Tierra, bajo mis pies. Tierra, fuego y agua, que es lo que al fin y al cabo representan los tres elementos de la transformación alquímica, la sal, el azufre y el mercurio respectivamente. Intento, conscientemente absorber esta energía, y colmarme de ella hasta rebosar.

El paseo también invita a la reflexión, y pongo en orden mis ideas, un poco desbaratadas estos últimos días con tantas emociones en Cusco y el Machupichu. Llego al otro extremo de la isla, donde a través de unas ruinas voy a parar a una playa arenosa. Hace frío y no da para bañarme, pero sí para mojarme los pies en este elemento, el agua, que definitivamente quiero tener en mi vida. La playa está desierta excepto por una pareja que parece haber pasado la noche allí, acampados. Puedo imaginar lo romántico que debe ser, sobretodo porque, con el frío que hace aquí por la noche, no queda otra que dormir abrazadísimos.

Delante de la Roca Sagrada, al volver de la playa, me topo con un Chamán que por el módico precio de 10 bolivianos (1,20€ aproximadamente) te da una bendición personalizada. Que me llamen supersticiosa, pero esto no me lo pierdo. Así que, sentada en una silla de piedra recibo la bendición del chamán, el cual recita sus rezos entre los que se intercala mi nombre, “España” y “2012”, mientras con una flor mojada con agua del Titicaca, golpea suavemente mi cabeza. Luego sujeta mis manos y me desea buena suerte. Lugar místico donde los haya, esta Isla del Sol.

Doy cuenta de un bocadillo de huevo y unas patatas fritas en el pequeño centro “urbano” sin asfaltar de la zona norte, en cuyas playas, acampados, se concentra una muchachada predominantemente argentina, y donde probablemente se llevó a cabo la “rave” de fin de año, a la que vinieron nuestros amigos de Uyuni. Seguro que fue un fiestón, pero la verdad, profanar este lugar convirtiéndolo en una discoteca me parece sacrílego. Para eso está Cusco.

Tardo menos de lo previsto en hacer el camino de regreso, a lo largo del sendero que bordea la costa este de la isla, sobretodo porque un inesperado y violento retortijón me hace recorrer los últimos kilómetros en un tiempo record hasta llegar al baño del albergue justo a tiempo de evitar una bochornosa catástrofe. Y así comienza un desarreglo intestinal que me va a durar unos días.

Cae la noche, una luna rebosante ilumina el lago por encima de la isla que lleva su nombre, y yo preparo un pequeño altar para mi ritual con una imagen de Venus que siempre me acompaña (junto con la de Lakshmi y la de Hygeia), un pedazo de sal de Uyuni, una piedra verde que he recogido hoy en el camino, una figura representando al amor, que compré en el salar, y una vela. Y en mi cuello pende un colgante representando a la Pacha Mama que me regaló Natalia. Me encomiendo a Venus, a la Madre Tierra, a la Isla de la Luna y a la Isla del Sol, segundo chacra de este planeta, a la Luna misma y a toda la energía del Universo. Y esta misma noche, sueño que tengo un bebé.

lunes, 20 de febrero de 2012

Cusco de nuevo


La furgo que nos trae del Machupichu nos deja en el centro de Cusco, ya de noche, y tal y como llegamos al albergue, me derrumbo en la cama y me olvido del mundo hasta el día siguiente.

Natalia se marcha pasado mañana, y pasamos estos últimos días vagando por Cusco con los ánimos un poco bajos, al menos yo. He abandonado el plan de volver a Buenos Aires este mes i pico que me queda ya que tendría que tirar de aviones y no me cuadran los números, así que he decidido volver a Bolivia, que me pareció fascinante y además es barato, y de allí cruzar por tierra Brasil hasta Salvador, de donde sale mi avión a Barcelona. Como tengo tiempo, también estoy considerando parar unas semanas en algún lugar a hacer un voluntariado, quizás Bolivia, tal vez Brasil, Natalia tiene el contacto de una organización donde puede que me acojan. No sería una mala opción. También contemplo la posibilidad de quedarme en Cusco, ya que aquí hay varias organizaciones de voluntariado, y además muchos centros de masaje. Pero hace mucho frío aquí, y yo metí en la maleta tres bikinis y muy poca ropa de abrigo. Para frío ya tendré el de Barcelona cuando llegue en Febrero.

Pero hoy no voy a decidir nada, sino acabar de consumir estas vacaciones con mi amiga, que llegan ya a su fin. Salimos una vez más de fiesta al Ukuku’s, y a pesar de ser un lunes, y día 2 de enero, hay otra vez un grupo tocando en el escenario. Como siempre, nos hacemos las fotos de rigor con el cantante, e incluso bailamos un rato con él. Esperaba encontrarme con mi pareja de baile de las otras noches, ya que recibí un afectuoso mail suyo al cual respondí diciéndole que iba a estar aquí esta noche. Pero no aparece no da señales de vida. Lástima, me hubiese venido bien su compañía cuando Natalia se vaya.

El día 3, temprano por la mañana, miro con tristeza el taxi que se aleja llevándose a Natalia. Anoche hicimos un pequeño ritual de despedida aunque, como dijo Gandhi a un amigo suyo (al menos en la peli), entre según que amigos no hay despedidas. Vuelvo al albergue y me refugio de este día gris durante un rato en la cama. Más tarde salgo a caminar, pero tengo la sensación como de andar coja. Me siento como, salvando las diferencias, cuando he tenido pareja, en que el eje de mi vida ya no estaba en mi misma sino entre yo y otra persona (cuando no, en el peor de los casos, en el otro). En el momento en que se acaba la relación, al quedarme sin el otro, mi eje ha tenido que reubicarse en mi propio centro, y eso toma un tiempo. En este caso, me había acomodado al binomio que formábamos Natalia y yo en esta aventura, y ahora tengo que retomar mi autonomía, lo cual me produce una gran pereza y astío. Y tristeza. Viajar sola tiene la ventaja de que necesariamente te abres a otras personas y socializas con más gente. Pero sólo superficialmente, la mayoría de veces. Viajar con una amiga o amigo permite profundizar en la relación y ponerla a prueba. Y hacer cosas como filmar “El coma de Pascualito”, que con nuevos amigos no se suelen hacer.

He decidido quedarme un día más en Cusco porque no tengo cuerpo para viajar hoy, así que voy a comer al mercado, visito la estatua del indio Pachakuteq (un héroe inca del 1600), me informo sobre los horarios de autobuses y voy a ver si encuentro a Mozart, el cachorro que me besuqueó el otro día, para que me consuele. Pero no está, y sigo vagando por la ciudad, desconsolada.

Tan obvio será mi desconsuelo que me caza por la calle el último día un chico peruano. Lleva con él un digeridoo de peculiar silueta curvada, y me cuenta que es músico de la calle y que también toca la guitarra pero se la ha confiscado la policía. No sé exactamente qué es lo que quiere de mí pero acepto cuando me propone vernos esta tarde para una cerveza. De todos modos, tomo mis precauciones y dejo el pasaporte y el dinero bajo llave en el albergue. Cuando nos encontramos más tarde, viene con un amigo que tiene aspecto de no tener un lugar donde ducharse y que ha perdido, por lo visto, sus zapatos, pero decido no tener prejuicios y me voy con ellos. Me llevan por unas calles que conozco, por detrás de la catedral, pero por lo visto no vamos a un bar, sino a su albergue. No sé hasta dónde pretende llegar este chico, pero yo tengo muy claros mis límites, al menos con él. Sin embargo, algo me dice que puedo estar tranquila, y cuando sugiere comprar una cerveza, pero una vez en la tienda, no hace amago de pagarla, veo clara la jugada: cazar a una gringa solitaria que le pague las birras. Aquí se confirma el tópico de que los lugareños de países como Perú no distinguen entre “turista” y “viajero” y que nos ven a todos como a un billete de dólar con patas. Muy bien, me digo, voy a comprar una cerveza, pero no más.

Su albergue huele a perro sucio mojado, y para traer invitados los huéspedes deben abonar un Sol que mi nuevo amigo, muy galantemente, se apresura a pagar. Subimos a la terraza donde al menos corre el aire, y cuando sus compañeros le ven llegar conmigo y con una litrona, se unen a la fiesta. De repente, me veo en esta terraza con vistas a Cusco, bebiendo a morro de una botella que comparto con cuatro tipos que no conozco de nada. Dos de ellos estás de vacaciones, los otros dos son “buscavidas” que hacen aquí la temporada, todos peruanos y con aspecto de vivir en el lado arriesgado de la vida. Pero es divertido, sobretodo cuando empiezan a circular los porros (de los cuales me abstengo desde hace años) y empieza a fluir la risa. Vuelvo por un rato a mi adolescencia, en que indulgía en este tipo de actividades con este tipo de personajes, sólo que ahora estamos ya todos creciditos. Se acaba la cerveza y hacen colecta para otra. Mi amigo me pide dinero y le digo que no, que ya compré la primera. Insiste diciéndome que él es pobre, y le digo que yo también. Al final se conforma con que le acompañe a la tienda. Cuando se acaba esta segunda botella decido que es hora de irse, dejo a los chicos con sus cervezas y sus porros, y me voy al albergue a prepararme para el viaje.

El Tarot de Osho, que últimamente está hablando muy claro, me dice que ahora toca un tiempo de silencio e interiorización, representado por la carta de la Luna, que dará paso a un momento más sensual. Creo que la Isla del Sol va a ser un buen lugar para ese silencio.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Machupichu

Teníamos que estar a las 8:45h en la recepción del albergue, preparadas y desayunadas, pero a esa hora justo nos despertamos. Algo ha pasado con la alarma, que no ha sonado. Es el problema que tiene poner alarmas a las tantas de la noche y con unos mojitos de más. Saltamos de la cama y, como alma que lleva el diablo, acabamos de preparar las mochilas, nos vestimos y bajamos a la recepción. Aún nos da tiempo de desayunar rápidamente antes de salir corriendo, que nos está esperando el bus en la puerta.

Bueno, más que un bus es una furgonetilla que compartimos con otras doce personas y el conductor. Nos esperan unas buenas horas de trayecto, por lo que nos hemos tomado las dos últimas biodraminas mágicas (desde lo del barco del Río de La Plata, las hemos tomado en cada viaje), pero no a tiempo ya que después de unas cuantas curvas empiezo a marearme. Y el camino es montañoso y va a tener muchas curvas. Otra chica del bus también se marea, así que pedimos al conductor que pare y este, en el más puro estilo de la gente del altilpano, dice que sí pero no para hasta que el protocolo lo dicta. Por supuesto es un lugar en el camino con una tienda de precios desorbitados para turistas que van al Machupichu. No tienen biodraminas así que compro unas pastillas para el sorocho o mal de alturas, que me he resistido a tomar hasta ahora, y que al final acabo no tomando no sea que mezclen mal con la biodramina. Sin embargo, después de esta parada mi estómago y mi cabeza parecen estabilizarse y continúo tranquila el resto del viaje.

Probablemente porque el temor acaba superando al mareo ya que si viajar por Bolivia es un deporte de riesgo, Perú no se queda corto. Durante muchos kilómetros, la carreterita sin asfaltar y de un sólo carril por la que circulamos bordea la montaña, curva tras curva, al borde de un precipicio. No hay ninguna valla de seguridad entre el límite de la carretera y el abismo, y en ocasiones las ruedas de la furgoneta se acercan tanto al canto del camino que es mejor no mirar. Como medida de seguridad, el conductor hace sonar el cláxon antes de cada curva por si viene otro cohche de cara, ya que no hay lugar en la calzada para dos vehículos. Menos mal, sólo que a la velocidad que vamos, no sé si un frenazo con el consecuente derrape en este camino de tierra nos iba a librar de un vuelo en caída libre por el hermoso valle a nuestra izquierda.

Afortunadamente, nada de esto sucede, y llegamos a un lugar llamado "Hidroeléctrica" donde nos hacen bajar de la furgoneta. Un chico peruano nos dice que nuestro guía nos espera en Aguas Calientes, y que para llegar hasta allí sólo tenemos que caminar por las vías del tren, durante unas tres horas. Es que hemos contratado la excursión más barata, sino haríamos este trayecto cómodamente sentados en un tren.

Sin embargo, la caminata es en llano y muy hermosa. En Uyuni decidimos que no íbamos a pegarnos la paliza de hacer los cuatro días de senderismo del Camino del Inca para llegar al Machupichu, y menos ahora en estación de lluvias, por lo que habíamos pedido disculpas a René de Calle 13, ya que lo de "vamos caminando" no iba a poder ser. Pero aquí nos tienes, René, mochila a cuestas, caminandito hacia lugar sagrado de los Incas, entre las fabulosas montañas que hacen este lugar tan especial. Puedes estar orgulloso de nosotras.

Nos han dicho que mantengamos el grupo junto y nos esperemos los unos a los otros, así que por el camino vamos conociendo a nuestros compañeros de viaje. Gastón y Soledad vienen viajando desde Argentina, su país, y van hacia Colombia pasando por Ecuador después de Perú. Natalia y "Gordo", su novio, se juntaron con Juan y con Álvaro ya desde Medellín en Colombia, de donde son todos ellos, y han hecho todo el viaje juntos. Ishtar de Suecia conoció a Max, peruano, en Lima, a través de una red de skaters, deporte que los dos practican y en el que Ishtar, por lo visto, destaca: es la séptima del mundo en categoría femenina, y sólo tiene veinte años. También hay otra pareja de colombianos con los que no hablamos mucho ya que van bastante rezagados, y una pareja más que va completamente de por libre, y que no llego a saber ni de dónde son.

Ishtar me cuenta que lleva muchos meses planeando empezar el 2012 en el Machupichu. Quiere ver salir el sol desde las ruinas y para ello va a madrugar mañana para poder estar a las 5:00h arriba en las ruinas. Me encanta el plan, y a los demás también y nos apuntamos todos a ello. Sólo que esta noche es nochevieja, y no creo que nos acostemos temprano. Quizás sea mejor no acostarse, pero anoche Natalia y yo dormimos apenas cuatro horas y arrastramos una resaca de dos días. Decicimos dormir un poco cuando lleguemos a Aguas Calientes, y levantarnos antes de la medianoche, festejar y subir directamente al Machupichu a ver despuntar el alba. Tenemos todo el camino de vuelta para dormir. Sin embargo, para cuando llegamos al pueblo y nos reparten en los diferentes hoteles (gestión que se hace de manera confusa y que demora un buen rato) ya son más de las seis. Y tenemos una visita obligada a las aguas termales, de la que salimos con el tiempo justo de ducharnos e ir a cenar a las ocho al restaurante donde nos han convocado a todos. Después de la cena, vamos Natalia y yo con Gastón y Soledad a tomar unos tragos y quedamos con los demás en la plaza, donde los encontramos una vez ya ha entrado el año nuevo.

En la plaza, que está llena de gente, turistas y autóctonos, han instalado un escenario donde una orquesta toca pachanga. A media noche explotan petardo y pequeños fuegos artificiales y, por lo visto, unos chamanes hacen un ritual de la Pacha Mama frente al escenario, pero nosotros nos lo perdemos porque estamos en la parte de atrás de la plaza, nos enteramos más tarde. Brindamos, bebemos, bailamos, nos hacemos fotos entre nosotros y con otra gente que también está celebrando, a quienes les pedimos prestados sus gorros amarillos para posar ante la cámara. Es la segunda vez que empiezo el año con Natalia, y las dos veces en circumstancias peculiares, la otra fue en el crucero, en algún lugar del Mar Caribe.

Mi amiga, al cabo de un rato se retira, e Isthar hace lo mismo. Yo ya me he animado y se me ha olvidado completamente el cansancio, y que en pocas horas tengo que estar en pie para subir la montaña, así que me quedo un rato más, brindando y celebrando inconscientemente. Al final quedamos todos en encontrarnos a las 4:30 para subir en el primer bus, que sale a las 5:00, a ver si llegamos a las 5:30 y alcanzamos nuestro objetivo. Podríamos salir antes y subri la hora y media de escaleras y camino que llevan a las ruinas, pero esa entrada no la abren hasta más tarde.

Natalia y yo ponemos el despertador a las 4:30 (dentro de un par de horas), pero cuando suena oímos una cascada de agua al otro lado de la ventana y, asumiento que está cayendo el gran chaparrón, desistimos de ver salir el sol y ponemos la alarma a las 5:30. Esta vez sí que nos levantamos, para descubrir que la catarata de agua no era lluvia sino una tubería emanando un chorro, pero ya es demasiado tarde, el sol ya ha salido. No nos dan desayuno, aunque nos dijeron que nos lo darían, pero nos guardan las mochilas hasta que regeresemos. Decidimos subir a pie, ya que tenemos tiempo hasta las 7:45, en que hemos quedado con el guía para la visita a las ruinas, así nos ahorramos los 8 dólares de bus. Pero sólo el tiempo justo, y sin querer nos desviamos un poco del camino hacia el comienzo de las escaleras, que no sabemos bien dónde está, nos ponemos nerviosas y nos discutimos. No nos hemos peleado en todo el viaje y justo ahora, el primer día del año, nos liamos a gritos. Con todo lo que hemos esperado este día, y los kilómetros que hemos hecho para llegar aquí. Me sabe fatal empezar el año así, y más con ella, mi amiga del alma. A ella también así que nos calmamos, nos disculpamos, y empezamos a subir las escaleras, las cuales estaban a la vuelta de la esquina.

Esto no es lo que yo había soñado para hoy. Cuando decidimos ayer ir a ver salir el sol esta mañana, me imaginé un momento místico en que, cogida de las manos con Natalia y los demás, el primer rayo de luz del día brillase entre el perfil de dos cimas del Machupichu, iluminando mi séptimo chacra y llenando todo mi ser energía cósmica, para poder repartirla entre mis seres queridos. En lugar de esto, tengo una resaca de tres días, he dormido apenas tres horas, no he desayunado, no tengo agua, me acabo de pelear con mi amiga, no he visto salir el sol y siento que me ahogo por causa de la altitud. A cada escalón me invade una angustiosa sensación de asfixia y siento que no puedo continuar, necesitando sentarme a menudo para recuperar el aliento. A este paso no vamos a llegar a tiempo para la visita guiada y esto aumenta mi angústia, no tanto por mí como por Natalia, que tiene que andar esperándome. Debo estar totalmente deshidratada por causa del alcohol de anoche y porque hace muchas horas que no bebo agua. Me tomo una pastilla para el sorocho, a ver si me hace algo, y al cabo de poco oigo el ruido como de un riachuelo en el bosque al lado de las escaleras. Me meto como puedo entre los árboles y lleno una botellita de plástico que Natalia me alcanza con el agua que resbala entre las piedras. Si viene del Machupichu tiene que ser buena. Por lo menos está fresca,  y me devuelve parte del alma al cuerpo (el resto de mi espíritu lo tienen los dioses Incas, se lo he ofrecido en sacrificio subiendo esta montaña). Finalmente las escaleras terminan y un camino llano sigue ascendiendo levemente hasta llegar a la entrada del parque, donde llegamos justo a las 7:45. Allí nos encontramos con los demás, que subieron en bus, claro, y nos juntamos todos para la visita guiada. Faltan Ishtar y Max que, por lo visto, vieneron con el primer bus y consiguieron ver salir el sol.

Al parecer, nuestro guía sigue borracho en Aguas Calientes celebrando el año nuevo, así que nos asignan otro, más sensato, que nos habla con pasión de sus ancestros y su forma de vida en esta ciudad cuyas ruinas vamos recorriendo. El sol asoma un momento entre las nubes, para esconderse rápidamente de nuevo, y una niebla densa nos da una visión velada del Machupichu. Sin embargo, la visita culmina en algo bello. El guía nos lleva hasta una parte alta de la ciudad, donde hay una roca que se me antoja un barco. Allí nos agradece a todos, en nombre de sus antepasados, el haber empezado el año en este lugar sagrado de los Incas, nos desea buena suerte en nuestras vidas y nos da un sentido y sincero abrazo a cada uno. Veo a Natalia llorar, yo también me emociono, y nos abrazamos las dos. Hemos culminado nuestro viaje. Nos hacemos unas fotos para inmortalizar el momento, aunque una cortina de niebla nos priva de un fondo testimonial del Machupichu, pero da igual, nosotras sabemos que está ahí, y como dijo Hellen Keller "no importa lo que se ve o lo que se escucha, sino lo que se siente en el corazón".

En el regereso hacia Cusco por la tarde si que subimos en el trenecito hasta la Hidroeléctrica. Menos mal, porque tres horas de caminata hoy no me las aguanto. De ahí, la misma furgonetilla nos lleva de nuevo por las curvas de la muerte. Estoy sentada del lado del precipicio y miro por la ventana, pero ya no me da miedo. Si he sobrevivido la subida al Machupichu esta mañana, puedo sobrevivir cualquier cosa.

martes, 7 de febrero de 2012

Cusco

Al angelito madrileño no lo encontramos ayer noche, pero sí esta noche, cuando estamos esperando el bus que nos va a llevar a La Paz. Él y su amigo también van hacia allí, para luego ir a la Isla del Sol en el lago Titicaca, a pasar el fin de año como muchos otros que conocimos en el Salar de Uyuni, incluídos los ecuatorianos y las chicas del otro 4 x 4. Pero nosotras no. Nuestro objetivo es el Machupichu, y vamos justas de tiempo y de presupuesto (aunque a estas alturas yo ya he asumido que mi previsión económica no fue realista y que voy a tener que tirar de reservas, por lo que he dejado de preocuparme). Así que de La Paz iremos directamente a Cusco, donde tenemos reservado ya el albergue para los últimos días del año. Los chicos van en un bus distinto al nuestro así que intercambiamos mails y me despido de esos ojos azules llenos de paz, esperando volverlos a ver frente a una cerveza en Madrid o Barcelona.

La noche de bus transcurre sin contratiempos, aunque las carreteras sin asfaltar de Bolivia entrañan sus riesgos. Llegamos a La Paz de buena mañana, justo a tiempo de subirnos en otro bus que nos deja en Cusco ya de noche. Ha sido una paliza de viaje pero, afortunadamente nos dan una habitación para las dos solas, con tele incluída, en el albergue, el cual está en pleno centro histórico. Estamos agotadas pero hambrientas, así que salimos a cenar, y Cusco se nos muestra como una postal de noche iluminada. No llegamos más allá de la Plaza de Armas, pero nos hacemos una idea de la belleza histórica y dinamismo de esta ciudad, que estamos deseosas de explorar... mañana.

Y Cusco tiene mucho que explorar. Iglesias, monumentos, conventos, callejuelas, plazas, plazoletas y rincones vairos, conservados en su estado más o menos original, que hacen que la ciudad parezca suspendida en el tiempo de los conquistadores. Si no fuera, claro, por todas las tiendas de souvenires, agencias de viajes vendiendo el tour al Machupichu, casas de cambio y cafés-restaurante que amoldan Cusco a la medida del turista. Además, se puede pagar cualquier cosa con dólares. Es ciertamente una bella ciudad, pero me hace pensar un poco en Disneylandia, y sospecho que no es representativa del resto de Perú.

Pero disfrutamos de un día de turismo, haciéndonos fotos y perdiéndonos por las calles, en una de las cuales encontramos el taller de un artesano joven donde nos entretenemos un rato. Tiene un cachorro de perro llamado Mozart, ya que el artesano es además músico, y mientras Natalia revisa sus creaciones, yo me hago fotos con Mozart, el cual me colma a besos. Y es que es muy particular la conexión  que tengo con los perros. Hasta el más malo de ellos me quiere, y sin esfuerzo por mi parte. Al contrario que con los niños, los perros sí se me pegan, y yo encantada porque me pirran. Si no tengo uno como mascota es porque mi vida de nómada no me lo permite, pero ya hace tiempo que pienso que si me voy a comprometer con un negocio, que me va a obligar a estar estable en un lugar durante un tiempo, también puedo comprometerme con un perro. Además, creo que puedo abusar de mis padres para que hagan de canguro cuando necesite pegarme una escapada. Los lametazos del pequeño Mozart terminan de convencerme de que quiero tener una mascota, definiendo esto, un poco más, mi plan de vida para los próximos años.

La noche de Cusco es muy fría, no me lo esperaba, pero cuenta con muchos lugares donde calentarse baliando. Y nosotras estamos ávidas de fiesta, ya que no hemos bailado todavía en todo el viaje. El artesano nos recomendó un lugar llamdo "Ukuku's" asegurándonos que no es sólo para turistas y, sin apenas buscarlo, nos encontramos dentro de él. No es un bar al uso, es mas bien una casa cuyo acceso es a través de un patio de donde parten unas escaleras hacia un piso superior. En este, un balcón que da al mismo patio por donde hemos entrado, da paso a una gran sala. En un extremo de la misma está el escenario, mesas y sillas en el centro, además de un espacio para bailar, la mesa del Dj al frente, y en el otro extremo de la sala está la barra. Las paredes están pintadas con murales coloridos, y hay bastante ambiente. Cuando vamos a pedirnos los primeros mojitos, vemos que hay un hombre haciendo una pequeña escultura de barro, y una chica está pintando un mural. En el escenario, alguien dice algo acerca de un festival y dos chicas, a su lado, exhiben un maquillaje corporal de fantasía. Después se proyectan unos vídeos, seguidos de un trío de música instrumental, y nosotras nos colocamos al lado de la mesa del Dj intentando entender qué está pasando. Pronto averiguamos que se está celebrando en el Ukuku's estos días el Festival Cultural del Arco Iris, lo cal explica este despliegue artístico, pero no sólo eso sino que también se celebra esta noche el aniversario del bar. Y además es jueves. Vamos, que hemos dado en el clavo, estamos en el momento justo en el lugar adecuado. Los grupos de música se suceden, los mojitos también, nos vamos animando, bailamos con unos y con otros, colaboro en la creación de la escultura de barro, hablamos con todo el mundo y me divierto retratando la noche y sus personajes. La euforia va "in crescendo" hacia un ferviente clímax al ritmo de Los Fabulosos Cadillac, interpretados por un último grupo, cuando ya no queda nadie sentado en las sillas y estamos todos botando, a pesar de la asfixia que supone cualquier esfuerzo físico a tanta altitud. Nuestro grupo favorito ha sido los "Reacción B" (de quienes intentamos ser las "groupis", pero sólo consigo hacerme una foto con el batería), sin desmerecer a los "Rockadictos", con cuyo líder también me hago fotos, así como con medio bar. En realidad hemos hecho muchos amigos esta noche (aunque ya sabemos que los amigos de la noche a menudo se esfuman durante el día), en particular un grupo de peruanos, y uno de ellos se convierte en mi pareja de baile exclusiva. Está estudiando medicina en Buenos Aires, le queda la especialización, y tiene el primer nivel de Reiki (!). Esto, por supuesto, despierta mi interés, creo que es el primer médico que conozco que crea en el Reiki. Me habla en términos de energía, y me digo que la Humanidad está llegando, por fin, a un despertar de la consciencia. Hay esperanza. A no ser que me lo diga para ligar, claro, porque mientras bailamos se arramba a mí y no me suelta.

Al día siguiente no hay quien me levante. Si mi tablet funcionase, cantaría con Amy Whinehouse lo de que "nunca más voy a beber", aunque las dos sabríamos que estábamos mintiendo. Así que me quedo en la cama toda la mañana padeciendo mi resaca a gusto mientras Natalia aprovecha para tomarse uno de esos "ratos libres". Sin embargo, cuando regresa me dice que "ya no es lo mismo". Y de hecho, a mí también me pasa. Hemos creado una tal simbiosis que ahora, andar a solas por la calle, cosa que a las dos nos encanta, ya no tiene gracia. Yo he estado pensando en el mes que me queda de viaje una vez ella se vaya, y la verdad, se me hace una montaña la idea de seguir esta aventura sin ella. He descartado la opción de volver a Buenos Aires, ya que los billetes de avión se me comerían no sólo el presupuesto sino demasiado de mis reservas, y todavía no tengo claro que es lo que voy a hacer todo ese tiempo.
Volvemos a salir de fiesta esta noche, pero vamos primero a otro bar llamado "7 angelitos", donde encontramos a los "Rockadictos" en el pequeño escenario. Pero este es un bar insumiso donde, a pesar de lo que dicta la ley, dejan fumar, y ya no estamos acostumbradas a respirar tanto humo, así que vemos un poco del concierto y nos vamos a nuestro Ukuku's, donde "Reacción B" vuelve a animar la fiesta. De hecho, por lo visto, en Cusco todos los días del año hay música en vivo en los bares, predominantemente Rock. De verdad, esto parece Londres, sólo le falta un barrio gay. ?Cómo es que ninguno de mis amigos peruanos me había dicho que hay tremenda marcha en esta ciudad?

Aunque hoy no se da la misma confabulación astral que anoche, y además arrastramos la resaca de ayer, volvemos a botar al son de los Cadillac, Nirvana, The Doors, etc. Mi compañero de baile ha venido hoy también y seguimos con la dinámica de ayer. Me sugiere pasar juntos el fin de año, que es mañana, y me encantaría, pero tenemos otros planes. Hemos reservado un tour de dos días, salimos mañana, y vamos a estar en nochevieja en Aguas Calientes, al pie del Machupichu.

jueves, 2 de febrero de 2012

Uyuni

Cruzar la frontera entre Argentina y Bolivia es más que atravesar un límite geográfico, es entrar en una dimensión social y cultural completamente distinta, es entrar en la Latinoamérica del National Geográfic. Cuando llegamos, de buena mañana a La Quiaca, en el lado argentino de la frontera, nos topamos de frente con las primeras "cholitas" o mujeres bolivianas ataviadas con la vestimenta tradicional: trenzas, bombín, falda  de vuelos y manta colorida a las espaldas formando gigantescos fardos. Y no sólo hay una o dos, parece la indumentaria común del colectivo femenino de este lugar.

Pasamos los controles aduaneros de sendos países bastante rápido y sin complicaciones, y en la breve fila conocemos a Yerson y a Jonathan, dos chicos colombianos que estudian en Buenos Aires y que intentan llegar a Lima para la nochebuena, dentro de dos días. Pasamos un rato con ellos mientras organizamos nuestros respectivos pasajes, ellos para Lima, nosotras para Uyuni, y luego nos despedimos deseándonos buen viaje. Adoro a los colombianos, tienen una buena onda innata, a pesar de su pésima reputación en el mundo.

La llegada a Uyuni desde Villazón, en el lado boliviano de la frontera, nos resulta un poco complicada y nos ubica dentro de la dinámica de este país: horarios de bus que no se cumplen, precios que suben o descienden según las negociaciones, billetes de tren agotados, autobuses de lo más precarios y largas carreteras sin asfaltar. Además de algo que, como ya he comentado otras veces, odio en los viajes: llegar a los lugares a las tantas de la noche. Afortunadamente, tuvimos la precaución de reservar albergue por internet, y después de veinticuatro horas de viaje desde Salta, unas acogedoras y calentísimas camas nos esperan en Uyuni, donde llegamos a medianoche, y donde hace un frío que pela.

Porque, en las seis horas de viaje desde Tupiza, después de otras dos horas desde Villazón, hemos subido de altitud considerablemente, como he podido observar a través de la ventanilla, a la vez que me maravillaba de la sorprendente belleza del paisaje. De hecho, me resulta extraño que un país de geografía tan extraordinaria como Bolivia, pueda pasar tan desapercibido para el público general. Sólo en este, mi sexto viaje a Latinoamérica, oigo hablar del Salar de Uyuni, en el sur del país. Oana en Brasilia me lo recomendó con creces, y ya que nos viene de camino hacia el Machupichu, hemos decidido parar en este lugar y hacer la excursión de rigor de tres días para conocer este desierto de sal, y de paso pasar la nochebuena de una forma peculiar.

Pero nos tomamos primero un día de descanso, que el trote que llevamos ya nos está haciendo mella, y cuando voy a encender mi tablet, veo que no responde. Parece que la altitud no le ha sentado bien, ya que no lo he maltratado ni hecho nada extraño con él. Esto nos da la idea para el guión de nuestra escena de telenovela, y, ni cortas ni perezosas, nos disponemos a filmarla. Un recodo del albergue nos hace de escenario, y nuestra enajenación hace lo demás. El resultado es una payasada de poco más de un minuto que queda para la posteridad.

La excursión al salar de Uyuni consta de tres días y dos noches en un 4 x 4, con otras cuatro personas,  en que veremos lagos, geisers, aguas termales, un hotel de sal, y pasaremos la nochebuena, esta noche, en algún lugar del salar. Yo no soy muy amante de los viajes organizados, porque no me gusta verme obligada a andar todo el día con la misma gente, y odio que me dicten horarios. Siempre he viajado de por libre, y las pocas veces que me he metido en una excursión organizada, me he arrepentido. Y Natalia tampoco tiene el perfil integrante perfecta de excursión en grupo, pero no hay otra forma de ver el salar, así que hago un pensamiento para pasarlo bien, de todos modos, y pido al Universo que nos envíe buenos compañeros de viaje.

El Universo se divierte enviándonos cuatro ecuatorianos veinteañeros que atrasan como una hora la salida, por lo que nos ponemos de mal humor ya de entrada. Empezamos bien. Sin embargo, sus chistes y energía fresca y canalla crean, muy pronto, un ambiente divertido. Llega un momento en que me siento como si estuviera dentro del coche de "Y tu mamá también". Vamos parando a hacer fotos en los diferentes escenarios de este lugar, nunca había estado en un paraje así, de paisaje casi lunar, blanco por todas partes sin ser nieve. Tiene mucho de espiritual y a la vez tan terrenal. Cuando llegamos al museo de sal, donde almorzamos, aprovecho para alejarme un poco y sentirme a solas con la sal. Me digo que la sal limpia y que es un elemento transformador alquímico. Me encomiendo a ella para que se lleve y transmute mis paranoias y malas vibras, y poder así estar un poco más en paz con todo. Siento la luz del sol reflejada y multiplicada en este espejo salino creando un intenso resplandor.

Uno de los ecuatorianos es tremendo y filtrea conmigo como un niño malo. Me divierte el juego y, como ha empezado él, le sigo la corriente maltratándolo. El chiste va "in crescendo" pero se para bruscamente después de la cena, en que lo veo pululando entre los demás viajeros y viajeras, sobretodo viajeras, que se hospedan esta noche, como nosotros, en este hotel de sal. Yo decido dejar correr el tema y me mezclo también con los otros. Acabamos celebrando la Nochebuena todos juntos.

Natalia y yo llevamos a cabo, en petit comité, un pequeño ritual navideño, con una velita ritualizada que ha traído ella, creando un círculo de energía entre las dos. Celebramos nuestra amistad, que el Universo nos haya traído a un lugar tan especial a pasar la Navidad, y pedimos un deseo. Yo vuelvo a encomendarme a la sal.

Al final de la noche, mi filtreo con el ecuatoriano se reanuda y prospera. Por lo visto se me fue la mano con la espada antes de la cena. Pero recapacito y me digo que voy a acabar dándome con la espada en mi propia cabeza, y que es mejor dejarme de batallitas con este chavalín, y tener el resto de la escursión en paz.

Al día siguiente, en que tenemos que madrugar, estamos todos muertos. Algunos se quedaron bebiendo hasta muy tarde, y yo tuve una sesión de esgrima a última hora, por lo que casi no he dormido y estoy de un humor pésimo. Y no soy la única, la resaca no nos deja a ninguno dentro del coche disfrutar de este segundo día de lagunas, montañas, mirador de un volcán y flamencos, en que los tramos dentro del jeep se hacen largos y pesados. Al final del día, ni me molesto en bajarme del coche cuando paramos a ver el árbol de piedra, porque hace mucho frío fuera y estoy muerta. Además, Yery, nuestro chófer, nos tortura con cumbias bolivianas todo el camino.

Por otra parte, andamos preocupados porque el otro 4 x 4 que viene con nosotros no aparece. Por lo visto se ha quedado encallado en un charco y no puede salir. Ayer ya tuvieron problemas (perdieron una rueda en plena marcha), hasta el punto de tener que cambiar de jeep, y hoy parece que continúa el gafe. En realidad no es tanto una cuestión de gafe, sino más bien de las arriesgadas condiciones en que, por lo que veo, se hacen estos tours. Los móviles no tienen cobertura casi en ningún lugar, las carreteras y caminos están sin asfaltar, hay muy poca agua potable en todas partes, los coches no van equipados con radios ni con cadenas y tienen que llevar la gasolina en bidones en el capó ya que no hay estaciones de servicio ni gasolineras por ningún lugar. Además, cazan a los turistas al vuelo para estas excursiones prometiendo cosas que luego no cumplen. Vemos varios casos de confusión con el dinero y con las condiciones del viaje, y los guías no quieren responsabilizarse. Me indigno, como los demás, pero por otro lado me digo a mi misma que esto no es Europa, y que para desgranar la cadena de causalidades que llevan a un país subdesarrollado como Bolivia a organizar arriesgadas excursiones, y a turistas de países ricos (o de países pobres, pero de estatus económico privilegiado) a aprovechar lo barato de estos viajes, deberíamos quizás remontarnos a la Edad Media, cuando Cristóbal Colón descubrió América.

Por suerte, a nuestro coche no le pasa nada, y nuestro guía Yery, que es un encanto (aunque nos torture con chirriantes cumbias), se las arregla bastante bien. Y, por cierto, me agarra de la cintura un par de veces y le pregunta a Natalia si tengo novio. También es veinteañero. Esto, junto a mi breve escarceo con el ecuatoriano, me hace reflexionar sobre mi propensión a los encuentros fugaces con chicos jóvenes y de perfil canalla, que en alguna ocasión ha acabado en lágrimas. Que a ellos les vayan las maduritas lo puedo entender. Lo que no entiendo es que a mí me pierdan ellos. Por un lado lo asocio a mi espíritu independiente que no gusta de compromisos, y por otra parte con mi escepticismo acerca del amor. Pero si esos fuesen los motivos, por qué me pillo los dedos a veces con ellos? Y, de nuevo, me he metido en una encerrona en que no puedo usar mi estrategia habitual de largarme y evitar el tema, sino que estoy metida todo el día en un coche con estos chicos y dormimos en la misma habitación.

Afortunadamente, el Universo me echa un cable y me manda un ángel de Madrid, también muy jóven pero de aura extraordinaria. Va en otro coche, coincidimos en varias paradas, y observando a unos flamencos pescar en una laguna, empezamos a hablar. Lo primero que me impacta es su tono de voz armoniosa y limpia como música celestial. Sus ojos azules de expresión tranquila hacen juego con su voz, y todo él desprende una especie de energía balsámica. Además, parece que le gusta hablar conmigo. Me digo a mi misma que, después de todo, no sólo soy capaz de encandilarme con el perfil potencialmente dañino, sino que también me motiva otro tipo, aquel al que toda chica debería aspirar: el buena onda y, además, guapísimo. Y de que no sólo me divierte relacionarme con el sexo opuesto a garrotazos. Cuando, al día siguiente, me lo vuelvo a encontrar y me dice que me estuvo buscando por la noche, la música celestial se amplifica, y me digo a mí misma que, después de todo, la sal me debe haber escuchado. Ojalá. Una charla posterior con Natalia (amiga bendita) acerca de todo esto, me hace darme cuenta también de que quizás no soy tan frívola como pienso y que mi escepticismo respecto al amor es sólo una coraza. Supongo que ya lo sospechaba, pero sólo aquí, entre mares de sal, tengo el espacio mental y el tiempo de encarar este tipo de asuntos.

Al final del segundo día el otro 4 x 4 aparece, nos explican sus aventuras (tres coches encallados en el charco además del tractor que las vino a desencallar), cenamos todos y nos acostamos temprano porque al día siguiente nos espera un buen madrugón. Por lo visto, para ver los geisers hay que levantarse a las cuatro y media de la mañana.

A esa hora, hace un frío que pela, pelo estoy de mejor ánimo y me maravillo de encontrar tanta nieve, aunque no es de extrañar, ya que estamos a 4.000m de altitud. En las humeantes aguas termales me doy un baño que me carga las pilas a mil para el resto del día. Huelen a azufre, como los geisers, y me digo que he aquí otro elemento de la Alquimia, que seguro que estará haciendo su trabajo. Las nuves que descargaron la nieve se abren para dar paso a un sol radiante que ilumina el paisaje que vamos recorriendo, en el que se ubica, entre magníficas montañas, el Desierto de Salvador Dalí. No soy la única que está de mejor humor, dentro del coche el ambiente está hoy más animado y, además, los chicos aportan su música, mucho más familiar y estimulante (incluyendo una canción de los Hombres G, de cuando ellos no habían todavía nacido).

Sin embargo, Natalia y yo estamos ya cansaditas de que nos lleven y nos traigan, como si estuviésemos en la escuela. Estamos deseando ir de nuevo a nuestro aire, y decidimos que la excursión caminando al Machupicho en grupo, de cuatro días, ni hablar. Pero llega el final del día y, con él, el final del viaje. Y me da pena despedirme de los chicos. Ellos se va a La Paz con las chicas del otro 4 x 4, y nosotras nos quedamos en Uyuni a descansar un día más.

Me despido del ecuatoriano tremendo con cariño, alegrándome de que nuestro breve encuentro no terminase en mal rollo. Miro una vez más su carita de seductor travieso, y me voy con Natalia a ver si, por casualidad, me encuentro por la calle con el ángle madrileño.