lunes, 23 de enero de 2012

Montevideo

La verdad es que no sabía que esperar de esta ciudad, no me había parado a pensar mucho en ella, pero por algún motivo me imaginaba la casa de Natalia en la capital tal y como es: de piedra gris, con un portalón de madera, al estilo del siglo XIX, como todavía se encuentran algunas en Barcelona, por la zona de Horta. Lo que me sorprende y arrebata es que por dentro se conservan puertas, baldosas y algunos muebles de la época también. A pesar de que el último inquilino dejó la casa en un estado un poco miserable, me fascina su belleza bohemia y puedo verme viviendo en ella perfectamente. Tiene incluso, en la entrada, dos salitas que podrían ser mi centro de terapias.Natalia me deja elegir y me instalo en una habitación contigua al salón cuyos muebles, armario y tocador son antiguos. Entra luz por la puerta acristalada pero no me importa, me siento como viviendo en la Belle Epoque.

Se nos hace de noche y decidimos hacer vida de ciudad: ir al cine y luego a tomar algo, pero es lunes y no encontramos mucho movimiento, así que nos retiramos a nuestros aposentos relativamente temprano.

Al día siguiente Natalia me muestra la ciudad en la que estudió y vivió durante años, la cual no se parece a las ciudades latinoamericanas que yo conozco, sino más bien a una pequeña metrópolis europea algunos años atrás. De hecho tiene mucho de España, Montevideo, como su Centro Cultural Español donde visitamos una exposición y donde descubrimos que se celebra un concurso de tangos esta tarde a las siete. Natalia tiene gestiones que hacer a esa hora, así que le digo que vaya tranquila, y me quedo a ver el concurso.

Al contrario de lo que esperaba, no se trata de danza sino de canto, lo cual me decepciona un poco pero sólo hasta que empiezo a escuchar a los concursantes, y todo el vello de mi cuerpo empieza a erizarse. No en vano el tango es originario de Uruguay, y no de Argentina, hecho que, al igual que el común de los mortales, yo ignoraba hasta ahora, y Carlos Gardel no era argentino, sino que nació nada menos que en Tacuarembó. Y así, en la oscuridad del auditorio del Centro Cultural Español, entro en contacto directo y carnal, por primera vez realmente, con este llanto pasional que es el tango.

Por la noche volvemos al cine (dos días seguidos no es demasiado para una actriz de profesión como ella y una cinéfila como yo) y vemos "Pina", documental en 3D sobre la obra de esta bailarina y coreógrafa, cuyo "Café Müller" recordaba de mi película preferida de Almodóvar. No puedo evitar recordar mi infancia y pre-adolescencia como bailarina y un gusanillo se me remueve dentro.

En mi creciente afición al mate, decido filmar un tutorial explicando el proceso de su preparación, ritual sagrado para los uruguayos, estrenándome así en ello, ya que hasta ahora siempre lo ha preparado Natalia, y estrenándome también ante las cámaras. Descubro que me encanta, tanto preparar mate como explicarlo mientras me filman, y me digo que en la página web de mi centro de terapias, habrá tutoriales.


Aprovecho también mi paso por Montevideo para hacer una visita a "Gradiva", restaurante de tapas regentado por Pity y Ana, a las cuales conocí en Barcelona a través de otras amigas. Hace mucho tiempo que no las veo, pero hemos tenido cierto contacto virtual a través de las redes sociales. Por una de aquellas sincronicidades, Gradiva se encuentra en la misma calle que la casa de Natalia, dos cuadras (como dicen aquí) más abajo. El restaurante está decorado con colores cálidos, hay algunas pinturas de Pity expuestas y suena música de grupos españoles, es muy acogedor. Los salvamanteles son collages de fotos, recortes de folletos turísticos y tickets varios de los diferentes viajes de las chicas a España. Otra sincronicidad hace que mi salvamanteles sea precisamente el collage de la visita a Barcelona en que las conocí, siete años atrás.

He elegido, sin querer, un día de especial actividad en el restaurante, ya que tienen visita de la familia y además de un grupo de amigas, entre ellas Samantha Navarro, popular exponente del rock femenino en este país. La verdad es que no la conocía, pero me hago fan suya rápidamente y aprovecho para hacerme fotos con ella. Pity y Ana se las componen como pueden, con su amabilidad y saber estar característicos, para atender a todo el mundo, pero sobretodo a mí, que he venido sola ya que Natalia ha aprovechado para encontrarse con otra amiga suya. Yo doy cuenta de una tortilla de patatas y, para entretenerme cuando no pueden estar por mí, Pity me va llenando la copa de vino, excelente estrategia.

Poco a poco, el restaurante se va vaciando y entonces dispongo de la atención de las dos durante un rato, antes de cerrar. Me cuentan el desarrollo de Gradiva estos tres años, en que ha sido realmente un éxito. Ana tiene otro empleo, por lo que la que se ocupa más a nivel práctico del negocio es Pity, pero ninguna de las dos venía del sector de la hostelería, por lo que tienen más mérito. A pesar del éxito, me anuncian que han puesto Gradiva en venta debido a una serie de circunstancias con el personal, y a que llevan tres años absorbidas con el negocio, sin mucho tiempo para otras cosas.

Supongo que esto es lo que me va a suceder a mí cuando monte mi centro de terapias, que va a ser una inmersión total. Me digo, para quitarle hierro al asunto, que mi personalidad obsesiva compulsiva se presta a ello, y que este proyecto mío es un bebé que llevo mucho tiempo gestando y que si no doy a luz se me va a morir dentro. Sólo espero que algún día se haga mayor y camine sin mí, porque mi implicación con las cosas es intensa pero no eterna. Por eso entiendo que las chicas hayan decidido cerrar el ciclo de Gradiva y dar paso a otra cosa. Por supuesto, no me dejan pagar nada, y me acercan con el coche las dos cuadras de distancia hasta la casa de Natalia.

Antes de dejar Montevideo, me despido de esta casa maravillosa diciéndome que quizás algún día la alquile para vivir en ella, o que tal vez ya viví en ella en una vida pasada. Me miro una vez más en el espejo del tocador de época de mi habitación, y creo adivinar un camafeo en mi cuello y una pluma en mi cabello, pero cuando miro de vuelta veo de refilón, en la esquina, mi mochila esperándome para partir.


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