jueves, 2 de febrero de 2012

Uyuni

Cruzar la frontera entre Argentina y Bolivia es más que atravesar un límite geográfico, es entrar en una dimensión social y cultural completamente distinta, es entrar en la Latinoamérica del National Geográfic. Cuando llegamos, de buena mañana a La Quiaca, en el lado argentino de la frontera, nos topamos de frente con las primeras "cholitas" o mujeres bolivianas ataviadas con la vestimenta tradicional: trenzas, bombín, falda  de vuelos y manta colorida a las espaldas formando gigantescos fardos. Y no sólo hay una o dos, parece la indumentaria común del colectivo femenino de este lugar.

Pasamos los controles aduaneros de sendos países bastante rápido y sin complicaciones, y en la breve fila conocemos a Yerson y a Jonathan, dos chicos colombianos que estudian en Buenos Aires y que intentan llegar a Lima para la nochebuena, dentro de dos días. Pasamos un rato con ellos mientras organizamos nuestros respectivos pasajes, ellos para Lima, nosotras para Uyuni, y luego nos despedimos deseándonos buen viaje. Adoro a los colombianos, tienen una buena onda innata, a pesar de su pésima reputación en el mundo.

La llegada a Uyuni desde Villazón, en el lado boliviano de la frontera, nos resulta un poco complicada y nos ubica dentro de la dinámica de este país: horarios de bus que no se cumplen, precios que suben o descienden según las negociaciones, billetes de tren agotados, autobuses de lo más precarios y largas carreteras sin asfaltar. Además de algo que, como ya he comentado otras veces, odio en los viajes: llegar a los lugares a las tantas de la noche. Afortunadamente, tuvimos la precaución de reservar albergue por internet, y después de veinticuatro horas de viaje desde Salta, unas acogedoras y calentísimas camas nos esperan en Uyuni, donde llegamos a medianoche, y donde hace un frío que pela.

Porque, en las seis horas de viaje desde Tupiza, después de otras dos horas desde Villazón, hemos subido de altitud considerablemente, como he podido observar a través de la ventanilla, a la vez que me maravillaba de la sorprendente belleza del paisaje. De hecho, me resulta extraño que un país de geografía tan extraordinaria como Bolivia, pueda pasar tan desapercibido para el público general. Sólo en este, mi sexto viaje a Latinoamérica, oigo hablar del Salar de Uyuni, en el sur del país. Oana en Brasilia me lo recomendó con creces, y ya que nos viene de camino hacia el Machupichu, hemos decidido parar en este lugar y hacer la excursión de rigor de tres días para conocer este desierto de sal, y de paso pasar la nochebuena de una forma peculiar.

Pero nos tomamos primero un día de descanso, que el trote que llevamos ya nos está haciendo mella, y cuando voy a encender mi tablet, veo que no responde. Parece que la altitud no le ha sentado bien, ya que no lo he maltratado ni hecho nada extraño con él. Esto nos da la idea para el guión de nuestra escena de telenovela, y, ni cortas ni perezosas, nos disponemos a filmarla. Un recodo del albergue nos hace de escenario, y nuestra enajenación hace lo demás. El resultado es una payasada de poco más de un minuto que queda para la posteridad.

La excursión al salar de Uyuni consta de tres días y dos noches en un 4 x 4, con otras cuatro personas,  en que veremos lagos, geisers, aguas termales, un hotel de sal, y pasaremos la nochebuena, esta noche, en algún lugar del salar. Yo no soy muy amante de los viajes organizados, porque no me gusta verme obligada a andar todo el día con la misma gente, y odio que me dicten horarios. Siempre he viajado de por libre, y las pocas veces que me he metido en una excursión organizada, me he arrepentido. Y Natalia tampoco tiene el perfil integrante perfecta de excursión en grupo, pero no hay otra forma de ver el salar, así que hago un pensamiento para pasarlo bien, de todos modos, y pido al Universo que nos envíe buenos compañeros de viaje.

El Universo se divierte enviándonos cuatro ecuatorianos veinteañeros que atrasan como una hora la salida, por lo que nos ponemos de mal humor ya de entrada. Empezamos bien. Sin embargo, sus chistes y energía fresca y canalla crean, muy pronto, un ambiente divertido. Llega un momento en que me siento como si estuviera dentro del coche de "Y tu mamá también". Vamos parando a hacer fotos en los diferentes escenarios de este lugar, nunca había estado en un paraje así, de paisaje casi lunar, blanco por todas partes sin ser nieve. Tiene mucho de espiritual y a la vez tan terrenal. Cuando llegamos al museo de sal, donde almorzamos, aprovecho para alejarme un poco y sentirme a solas con la sal. Me digo que la sal limpia y que es un elemento transformador alquímico. Me encomiendo a ella para que se lleve y transmute mis paranoias y malas vibras, y poder así estar un poco más en paz con todo. Siento la luz del sol reflejada y multiplicada en este espejo salino creando un intenso resplandor.

Uno de los ecuatorianos es tremendo y filtrea conmigo como un niño malo. Me divierte el juego y, como ha empezado él, le sigo la corriente maltratándolo. El chiste va "in crescendo" pero se para bruscamente después de la cena, en que lo veo pululando entre los demás viajeros y viajeras, sobretodo viajeras, que se hospedan esta noche, como nosotros, en este hotel de sal. Yo decido dejar correr el tema y me mezclo también con los otros. Acabamos celebrando la Nochebuena todos juntos.

Natalia y yo llevamos a cabo, en petit comité, un pequeño ritual navideño, con una velita ritualizada que ha traído ella, creando un círculo de energía entre las dos. Celebramos nuestra amistad, que el Universo nos haya traído a un lugar tan especial a pasar la Navidad, y pedimos un deseo. Yo vuelvo a encomendarme a la sal.

Al final de la noche, mi filtreo con el ecuatoriano se reanuda y prospera. Por lo visto se me fue la mano con la espada antes de la cena. Pero recapacito y me digo que voy a acabar dándome con la espada en mi propia cabeza, y que es mejor dejarme de batallitas con este chavalín, y tener el resto de la escursión en paz.

Al día siguiente, en que tenemos que madrugar, estamos todos muertos. Algunos se quedaron bebiendo hasta muy tarde, y yo tuve una sesión de esgrima a última hora, por lo que casi no he dormido y estoy de un humor pésimo. Y no soy la única, la resaca no nos deja a ninguno dentro del coche disfrutar de este segundo día de lagunas, montañas, mirador de un volcán y flamencos, en que los tramos dentro del jeep se hacen largos y pesados. Al final del día, ni me molesto en bajarme del coche cuando paramos a ver el árbol de piedra, porque hace mucho frío fuera y estoy muerta. Además, Yery, nuestro chófer, nos tortura con cumbias bolivianas todo el camino.

Por otra parte, andamos preocupados porque el otro 4 x 4 que viene con nosotros no aparece. Por lo visto se ha quedado encallado en un charco y no puede salir. Ayer ya tuvieron problemas (perdieron una rueda en plena marcha), hasta el punto de tener que cambiar de jeep, y hoy parece que continúa el gafe. En realidad no es tanto una cuestión de gafe, sino más bien de las arriesgadas condiciones en que, por lo que veo, se hacen estos tours. Los móviles no tienen cobertura casi en ningún lugar, las carreteras y caminos están sin asfaltar, hay muy poca agua potable en todas partes, los coches no van equipados con radios ni con cadenas y tienen que llevar la gasolina en bidones en el capó ya que no hay estaciones de servicio ni gasolineras por ningún lugar. Además, cazan a los turistas al vuelo para estas excursiones prometiendo cosas que luego no cumplen. Vemos varios casos de confusión con el dinero y con las condiciones del viaje, y los guías no quieren responsabilizarse. Me indigno, como los demás, pero por otro lado me digo a mi misma que esto no es Europa, y que para desgranar la cadena de causalidades que llevan a un país subdesarrollado como Bolivia a organizar arriesgadas excursiones, y a turistas de países ricos (o de países pobres, pero de estatus económico privilegiado) a aprovechar lo barato de estos viajes, deberíamos quizás remontarnos a la Edad Media, cuando Cristóbal Colón descubrió América.

Por suerte, a nuestro coche no le pasa nada, y nuestro guía Yery, que es un encanto (aunque nos torture con chirriantes cumbias), se las arregla bastante bien. Y, por cierto, me agarra de la cintura un par de veces y le pregunta a Natalia si tengo novio. También es veinteañero. Esto, junto a mi breve escarceo con el ecuatoriano, me hace reflexionar sobre mi propensión a los encuentros fugaces con chicos jóvenes y de perfil canalla, que en alguna ocasión ha acabado en lágrimas. Que a ellos les vayan las maduritas lo puedo entender. Lo que no entiendo es que a mí me pierdan ellos. Por un lado lo asocio a mi espíritu independiente que no gusta de compromisos, y por otra parte con mi escepticismo acerca del amor. Pero si esos fuesen los motivos, por qué me pillo los dedos a veces con ellos? Y, de nuevo, me he metido en una encerrona en que no puedo usar mi estrategia habitual de largarme y evitar el tema, sino que estoy metida todo el día en un coche con estos chicos y dormimos en la misma habitación.

Afortunadamente, el Universo me echa un cable y me manda un ángel de Madrid, también muy jóven pero de aura extraordinaria. Va en otro coche, coincidimos en varias paradas, y observando a unos flamencos pescar en una laguna, empezamos a hablar. Lo primero que me impacta es su tono de voz armoniosa y limpia como música celestial. Sus ojos azules de expresión tranquila hacen juego con su voz, y todo él desprende una especie de energía balsámica. Además, parece que le gusta hablar conmigo. Me digo a mi misma que, después de todo, no sólo soy capaz de encandilarme con el perfil potencialmente dañino, sino que también me motiva otro tipo, aquel al que toda chica debería aspirar: el buena onda y, además, guapísimo. Y de que no sólo me divierte relacionarme con el sexo opuesto a garrotazos. Cuando, al día siguiente, me lo vuelvo a encontrar y me dice que me estuvo buscando por la noche, la música celestial se amplifica, y me digo a mí misma que, después de todo, la sal me debe haber escuchado. Ojalá. Una charla posterior con Natalia (amiga bendita) acerca de todo esto, me hace darme cuenta también de que quizás no soy tan frívola como pienso y que mi escepticismo respecto al amor es sólo una coraza. Supongo que ya lo sospechaba, pero sólo aquí, entre mares de sal, tengo el espacio mental y el tiempo de encarar este tipo de asuntos.

Al final del segundo día el otro 4 x 4 aparece, nos explican sus aventuras (tres coches encallados en el charco además del tractor que las vino a desencallar), cenamos todos y nos acostamos temprano porque al día siguiente nos espera un buen madrugón. Por lo visto, para ver los geisers hay que levantarse a las cuatro y media de la mañana.

A esa hora, hace un frío que pela, pelo estoy de mejor ánimo y me maravillo de encontrar tanta nieve, aunque no es de extrañar, ya que estamos a 4.000m de altitud. En las humeantes aguas termales me doy un baño que me carga las pilas a mil para el resto del día. Huelen a azufre, como los geisers, y me digo que he aquí otro elemento de la Alquimia, que seguro que estará haciendo su trabajo. Las nuves que descargaron la nieve se abren para dar paso a un sol radiante que ilumina el paisaje que vamos recorriendo, en el que se ubica, entre magníficas montañas, el Desierto de Salvador Dalí. No soy la única que está de mejor humor, dentro del coche el ambiente está hoy más animado y, además, los chicos aportan su música, mucho más familiar y estimulante (incluyendo una canción de los Hombres G, de cuando ellos no habían todavía nacido).

Sin embargo, Natalia y yo estamos ya cansaditas de que nos lleven y nos traigan, como si estuviésemos en la escuela. Estamos deseando ir de nuevo a nuestro aire, y decidimos que la excursión caminando al Machupicho en grupo, de cuatro días, ni hablar. Pero llega el final del día y, con él, el final del viaje. Y me da pena despedirme de los chicos. Ellos se va a La Paz con las chicas del otro 4 x 4, y nosotras nos quedamos en Uyuni a descansar un día más.

Me despido del ecuatoriano tremendo con cariño, alegrándome de que nuestro breve encuentro no terminase en mal rollo. Miro una vez más su carita de seductor travieso, y me voy con Natalia a ver si, por casualidad, me encuentro por la calle con el ángle madrileño.


No hay comentarios:

Publicar un comentario