miércoles, 8 de febrero de 2012

Machupichu

Teníamos que estar a las 8:45h en la recepción del albergue, preparadas y desayunadas, pero a esa hora justo nos despertamos. Algo ha pasado con la alarma, que no ha sonado. Es el problema que tiene poner alarmas a las tantas de la noche y con unos mojitos de más. Saltamos de la cama y, como alma que lleva el diablo, acabamos de preparar las mochilas, nos vestimos y bajamos a la recepción. Aún nos da tiempo de desayunar rápidamente antes de salir corriendo, que nos está esperando el bus en la puerta.

Bueno, más que un bus es una furgonetilla que compartimos con otras doce personas y el conductor. Nos esperan unas buenas horas de trayecto, por lo que nos hemos tomado las dos últimas biodraminas mágicas (desde lo del barco del Río de La Plata, las hemos tomado en cada viaje), pero no a tiempo ya que después de unas cuantas curvas empiezo a marearme. Y el camino es montañoso y va a tener muchas curvas. Otra chica del bus también se marea, así que pedimos al conductor que pare y este, en el más puro estilo de la gente del altilpano, dice que sí pero no para hasta que el protocolo lo dicta. Por supuesto es un lugar en el camino con una tienda de precios desorbitados para turistas que van al Machupichu. No tienen biodraminas así que compro unas pastillas para el sorocho o mal de alturas, que me he resistido a tomar hasta ahora, y que al final acabo no tomando no sea que mezclen mal con la biodramina. Sin embargo, después de esta parada mi estómago y mi cabeza parecen estabilizarse y continúo tranquila el resto del viaje.

Probablemente porque el temor acaba superando al mareo ya que si viajar por Bolivia es un deporte de riesgo, Perú no se queda corto. Durante muchos kilómetros, la carreterita sin asfaltar y de un sólo carril por la que circulamos bordea la montaña, curva tras curva, al borde de un precipicio. No hay ninguna valla de seguridad entre el límite de la carretera y el abismo, y en ocasiones las ruedas de la furgoneta se acercan tanto al canto del camino que es mejor no mirar. Como medida de seguridad, el conductor hace sonar el cláxon antes de cada curva por si viene otro cohche de cara, ya que no hay lugar en la calzada para dos vehículos. Menos mal, sólo que a la velocidad que vamos, no sé si un frenazo con el consecuente derrape en este camino de tierra nos iba a librar de un vuelo en caída libre por el hermoso valle a nuestra izquierda.

Afortunadamente, nada de esto sucede, y llegamos a un lugar llamado "Hidroeléctrica" donde nos hacen bajar de la furgoneta. Un chico peruano nos dice que nuestro guía nos espera en Aguas Calientes, y que para llegar hasta allí sólo tenemos que caminar por las vías del tren, durante unas tres horas. Es que hemos contratado la excursión más barata, sino haríamos este trayecto cómodamente sentados en un tren.

Sin embargo, la caminata es en llano y muy hermosa. En Uyuni decidimos que no íbamos a pegarnos la paliza de hacer los cuatro días de senderismo del Camino del Inca para llegar al Machupichu, y menos ahora en estación de lluvias, por lo que habíamos pedido disculpas a René de Calle 13, ya que lo de "vamos caminando" no iba a poder ser. Pero aquí nos tienes, René, mochila a cuestas, caminandito hacia lugar sagrado de los Incas, entre las fabulosas montañas que hacen este lugar tan especial. Puedes estar orgulloso de nosotras.

Nos han dicho que mantengamos el grupo junto y nos esperemos los unos a los otros, así que por el camino vamos conociendo a nuestros compañeros de viaje. Gastón y Soledad vienen viajando desde Argentina, su país, y van hacia Colombia pasando por Ecuador después de Perú. Natalia y "Gordo", su novio, se juntaron con Juan y con Álvaro ya desde Medellín en Colombia, de donde son todos ellos, y han hecho todo el viaje juntos. Ishtar de Suecia conoció a Max, peruano, en Lima, a través de una red de skaters, deporte que los dos practican y en el que Ishtar, por lo visto, destaca: es la séptima del mundo en categoría femenina, y sólo tiene veinte años. También hay otra pareja de colombianos con los que no hablamos mucho ya que van bastante rezagados, y una pareja más que va completamente de por libre, y que no llego a saber ni de dónde son.

Ishtar me cuenta que lleva muchos meses planeando empezar el 2012 en el Machupichu. Quiere ver salir el sol desde las ruinas y para ello va a madrugar mañana para poder estar a las 5:00h arriba en las ruinas. Me encanta el plan, y a los demás también y nos apuntamos todos a ello. Sólo que esta noche es nochevieja, y no creo que nos acostemos temprano. Quizás sea mejor no acostarse, pero anoche Natalia y yo dormimos apenas cuatro horas y arrastramos una resaca de dos días. Decicimos dormir un poco cuando lleguemos a Aguas Calientes, y levantarnos antes de la medianoche, festejar y subir directamente al Machupichu a ver despuntar el alba. Tenemos todo el camino de vuelta para dormir. Sin embargo, para cuando llegamos al pueblo y nos reparten en los diferentes hoteles (gestión que se hace de manera confusa y que demora un buen rato) ya son más de las seis. Y tenemos una visita obligada a las aguas termales, de la que salimos con el tiempo justo de ducharnos e ir a cenar a las ocho al restaurante donde nos han convocado a todos. Después de la cena, vamos Natalia y yo con Gastón y Soledad a tomar unos tragos y quedamos con los demás en la plaza, donde los encontramos una vez ya ha entrado el año nuevo.

En la plaza, que está llena de gente, turistas y autóctonos, han instalado un escenario donde una orquesta toca pachanga. A media noche explotan petardo y pequeños fuegos artificiales y, por lo visto, unos chamanes hacen un ritual de la Pacha Mama frente al escenario, pero nosotros nos lo perdemos porque estamos en la parte de atrás de la plaza, nos enteramos más tarde. Brindamos, bebemos, bailamos, nos hacemos fotos entre nosotros y con otra gente que también está celebrando, a quienes les pedimos prestados sus gorros amarillos para posar ante la cámara. Es la segunda vez que empiezo el año con Natalia, y las dos veces en circumstancias peculiares, la otra fue en el crucero, en algún lugar del Mar Caribe.

Mi amiga, al cabo de un rato se retira, e Isthar hace lo mismo. Yo ya me he animado y se me ha olvidado completamente el cansancio, y que en pocas horas tengo que estar en pie para subir la montaña, así que me quedo un rato más, brindando y celebrando inconscientemente. Al final quedamos todos en encontrarnos a las 4:30 para subir en el primer bus, que sale a las 5:00, a ver si llegamos a las 5:30 y alcanzamos nuestro objetivo. Podríamos salir antes y subri la hora y media de escaleras y camino que llevan a las ruinas, pero esa entrada no la abren hasta más tarde.

Natalia y yo ponemos el despertador a las 4:30 (dentro de un par de horas), pero cuando suena oímos una cascada de agua al otro lado de la ventana y, asumiento que está cayendo el gran chaparrón, desistimos de ver salir el sol y ponemos la alarma a las 5:30. Esta vez sí que nos levantamos, para descubrir que la catarata de agua no era lluvia sino una tubería emanando un chorro, pero ya es demasiado tarde, el sol ya ha salido. No nos dan desayuno, aunque nos dijeron que nos lo darían, pero nos guardan las mochilas hasta que regeresemos. Decidimos subir a pie, ya que tenemos tiempo hasta las 7:45, en que hemos quedado con el guía para la visita a las ruinas, así nos ahorramos los 8 dólares de bus. Pero sólo el tiempo justo, y sin querer nos desviamos un poco del camino hacia el comienzo de las escaleras, que no sabemos bien dónde está, nos ponemos nerviosas y nos discutimos. No nos hemos peleado en todo el viaje y justo ahora, el primer día del año, nos liamos a gritos. Con todo lo que hemos esperado este día, y los kilómetros que hemos hecho para llegar aquí. Me sabe fatal empezar el año así, y más con ella, mi amiga del alma. A ella también así que nos calmamos, nos disculpamos, y empezamos a subir las escaleras, las cuales estaban a la vuelta de la esquina.

Esto no es lo que yo había soñado para hoy. Cuando decidimos ayer ir a ver salir el sol esta mañana, me imaginé un momento místico en que, cogida de las manos con Natalia y los demás, el primer rayo de luz del día brillase entre el perfil de dos cimas del Machupichu, iluminando mi séptimo chacra y llenando todo mi ser energía cósmica, para poder repartirla entre mis seres queridos. En lugar de esto, tengo una resaca de tres días, he dormido apenas tres horas, no he desayunado, no tengo agua, me acabo de pelear con mi amiga, no he visto salir el sol y siento que me ahogo por causa de la altitud. A cada escalón me invade una angustiosa sensación de asfixia y siento que no puedo continuar, necesitando sentarme a menudo para recuperar el aliento. A este paso no vamos a llegar a tiempo para la visita guiada y esto aumenta mi angústia, no tanto por mí como por Natalia, que tiene que andar esperándome. Debo estar totalmente deshidratada por causa del alcohol de anoche y porque hace muchas horas que no bebo agua. Me tomo una pastilla para el sorocho, a ver si me hace algo, y al cabo de poco oigo el ruido como de un riachuelo en el bosque al lado de las escaleras. Me meto como puedo entre los árboles y lleno una botellita de plástico que Natalia me alcanza con el agua que resbala entre las piedras. Si viene del Machupichu tiene que ser buena. Por lo menos está fresca,  y me devuelve parte del alma al cuerpo (el resto de mi espíritu lo tienen los dioses Incas, se lo he ofrecido en sacrificio subiendo esta montaña). Finalmente las escaleras terminan y un camino llano sigue ascendiendo levemente hasta llegar a la entrada del parque, donde llegamos justo a las 7:45. Allí nos encontramos con los demás, que subieron en bus, claro, y nos juntamos todos para la visita guiada. Faltan Ishtar y Max que, por lo visto, vieneron con el primer bus y consiguieron ver salir el sol.

Al parecer, nuestro guía sigue borracho en Aguas Calientes celebrando el año nuevo, así que nos asignan otro, más sensato, que nos habla con pasión de sus ancestros y su forma de vida en esta ciudad cuyas ruinas vamos recorriendo. El sol asoma un momento entre las nubes, para esconderse rápidamente de nuevo, y una niebla densa nos da una visión velada del Machupichu. Sin embargo, la visita culmina en algo bello. El guía nos lleva hasta una parte alta de la ciudad, donde hay una roca que se me antoja un barco. Allí nos agradece a todos, en nombre de sus antepasados, el haber empezado el año en este lugar sagrado de los Incas, nos desea buena suerte en nuestras vidas y nos da un sentido y sincero abrazo a cada uno. Veo a Natalia llorar, yo también me emociono, y nos abrazamos las dos. Hemos culminado nuestro viaje. Nos hacemos unas fotos para inmortalizar el momento, aunque una cortina de niebla nos priva de un fondo testimonial del Machupichu, pero da igual, nosotras sabemos que está ahí, y como dijo Hellen Keller "no importa lo que se ve o lo que se escucha, sino lo que se siente en el corazón".

En el regereso hacia Cusco por la tarde si que subimos en el trenecito hasta la Hidroeléctrica. Menos mal, porque tres horas de caminata hoy no me las aguanto. De ahí, la misma furgonetilla nos lleva de nuevo por las curvas de la muerte. Estoy sentada del lado del precipicio y miro por la ventana, pero ya no me da miedo. Si he sobrevivido la subida al Machupichu esta mañana, puedo sobrevivir cualquier cosa.

2 comentarios:

  1. Annita, me encanta el diario de tu viaje. me gustaría que pusieras un mapa de latinoamerica, con flechas, marcando el super recorrido que estas haciendo. un muxu corazón, cuidate y disfruta mucho tqmm

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    1. Hola niña! Si, ya lo he pensado, cuando llegue a Barcelona voy a añadir eso y vídeos que he filmado y que no puedo descargar, y power points con todas las fotos y otras cosas, es que desde los cibers de por aquí no puedo hacer gran cosa. Gracias por el comentario, un besazo!!!

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