lunes, 20 de febrero de 2012

Cusco de nuevo


La furgo que nos trae del Machupichu nos deja en el centro de Cusco, ya de noche, y tal y como llegamos al albergue, me derrumbo en la cama y me olvido del mundo hasta el día siguiente.

Natalia se marcha pasado mañana, y pasamos estos últimos días vagando por Cusco con los ánimos un poco bajos, al menos yo. He abandonado el plan de volver a Buenos Aires este mes i pico que me queda ya que tendría que tirar de aviones y no me cuadran los números, así que he decidido volver a Bolivia, que me pareció fascinante y además es barato, y de allí cruzar por tierra Brasil hasta Salvador, de donde sale mi avión a Barcelona. Como tengo tiempo, también estoy considerando parar unas semanas en algún lugar a hacer un voluntariado, quizás Bolivia, tal vez Brasil, Natalia tiene el contacto de una organización donde puede que me acojan. No sería una mala opción. También contemplo la posibilidad de quedarme en Cusco, ya que aquí hay varias organizaciones de voluntariado, y además muchos centros de masaje. Pero hace mucho frío aquí, y yo metí en la maleta tres bikinis y muy poca ropa de abrigo. Para frío ya tendré el de Barcelona cuando llegue en Febrero.

Pero hoy no voy a decidir nada, sino acabar de consumir estas vacaciones con mi amiga, que llegan ya a su fin. Salimos una vez más de fiesta al Ukuku’s, y a pesar de ser un lunes, y día 2 de enero, hay otra vez un grupo tocando en el escenario. Como siempre, nos hacemos las fotos de rigor con el cantante, e incluso bailamos un rato con él. Esperaba encontrarme con mi pareja de baile de las otras noches, ya que recibí un afectuoso mail suyo al cual respondí diciéndole que iba a estar aquí esta noche. Pero no aparece no da señales de vida. Lástima, me hubiese venido bien su compañía cuando Natalia se vaya.

El día 3, temprano por la mañana, miro con tristeza el taxi que se aleja llevándose a Natalia. Anoche hicimos un pequeño ritual de despedida aunque, como dijo Gandhi a un amigo suyo (al menos en la peli), entre según que amigos no hay despedidas. Vuelvo al albergue y me refugio de este día gris durante un rato en la cama. Más tarde salgo a caminar, pero tengo la sensación como de andar coja. Me siento como, salvando las diferencias, cuando he tenido pareja, en que el eje de mi vida ya no estaba en mi misma sino entre yo y otra persona (cuando no, en el peor de los casos, en el otro). En el momento en que se acaba la relación, al quedarme sin el otro, mi eje ha tenido que reubicarse en mi propio centro, y eso toma un tiempo. En este caso, me había acomodado al binomio que formábamos Natalia y yo en esta aventura, y ahora tengo que retomar mi autonomía, lo cual me produce una gran pereza y astío. Y tristeza. Viajar sola tiene la ventaja de que necesariamente te abres a otras personas y socializas con más gente. Pero sólo superficialmente, la mayoría de veces. Viajar con una amiga o amigo permite profundizar en la relación y ponerla a prueba. Y hacer cosas como filmar “El coma de Pascualito”, que con nuevos amigos no se suelen hacer.

He decidido quedarme un día más en Cusco porque no tengo cuerpo para viajar hoy, así que voy a comer al mercado, visito la estatua del indio Pachakuteq (un héroe inca del 1600), me informo sobre los horarios de autobuses y voy a ver si encuentro a Mozart, el cachorro que me besuqueó el otro día, para que me consuele. Pero no está, y sigo vagando por la ciudad, desconsolada.

Tan obvio será mi desconsuelo que me caza por la calle el último día un chico peruano. Lleva con él un digeridoo de peculiar silueta curvada, y me cuenta que es músico de la calle y que también toca la guitarra pero se la ha confiscado la policía. No sé exactamente qué es lo que quiere de mí pero acepto cuando me propone vernos esta tarde para una cerveza. De todos modos, tomo mis precauciones y dejo el pasaporte y el dinero bajo llave en el albergue. Cuando nos encontramos más tarde, viene con un amigo que tiene aspecto de no tener un lugar donde ducharse y que ha perdido, por lo visto, sus zapatos, pero decido no tener prejuicios y me voy con ellos. Me llevan por unas calles que conozco, por detrás de la catedral, pero por lo visto no vamos a un bar, sino a su albergue. No sé hasta dónde pretende llegar este chico, pero yo tengo muy claros mis límites, al menos con él. Sin embargo, algo me dice que puedo estar tranquila, y cuando sugiere comprar una cerveza, pero una vez en la tienda, no hace amago de pagarla, veo clara la jugada: cazar a una gringa solitaria que le pague las birras. Aquí se confirma el tópico de que los lugareños de países como Perú no distinguen entre “turista” y “viajero” y que nos ven a todos como a un billete de dólar con patas. Muy bien, me digo, voy a comprar una cerveza, pero no más.

Su albergue huele a perro sucio mojado, y para traer invitados los huéspedes deben abonar un Sol que mi nuevo amigo, muy galantemente, se apresura a pagar. Subimos a la terraza donde al menos corre el aire, y cuando sus compañeros le ven llegar conmigo y con una litrona, se unen a la fiesta. De repente, me veo en esta terraza con vistas a Cusco, bebiendo a morro de una botella que comparto con cuatro tipos que no conozco de nada. Dos de ellos estás de vacaciones, los otros dos son “buscavidas” que hacen aquí la temporada, todos peruanos y con aspecto de vivir en el lado arriesgado de la vida. Pero es divertido, sobretodo cuando empiezan a circular los porros (de los cuales me abstengo desde hace años) y empieza a fluir la risa. Vuelvo por un rato a mi adolescencia, en que indulgía en este tipo de actividades con este tipo de personajes, sólo que ahora estamos ya todos creciditos. Se acaba la cerveza y hacen colecta para otra. Mi amigo me pide dinero y le digo que no, que ya compré la primera. Insiste diciéndome que él es pobre, y le digo que yo también. Al final se conforma con que le acompañe a la tienda. Cuando se acaba esta segunda botella decido que es hora de irse, dejo a los chicos con sus cervezas y sus porros, y me voy al albergue a prepararme para el viaje.

El Tarot de Osho, que últimamente está hablando muy claro, me dice que ahora toca un tiempo de silencio e interiorización, representado por la carta de la Luna, que dará paso a un momento más sensual. Creo que la Isla del Sol va a ser un buen lugar para ese silencio.

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