lunes, 19 de marzo de 2012

Sucre

Una vegetación más profusa, que rellena el paisaje que recorre el bus, me dice que hemos abandonado la cima del altiplano donde, por mucho tiempo, el árbol más alto que vi no sobrepasaba mi estatura, que no es mucha. El sol, alegre, ilumina el armonioso conjunto de casas blancas de estilo colonial que hacen de esta ciudad la más linda y limpia que he visto en Bolivia, además de calentar bastante más de lo que he experimentado hasta ahora en este país. Y cuando me apeo en la terminal y cargo la mochila, percibo que ya no me ahogo al caminar. Además, mis intestinos están tranquilos.


Todo ello me pone de muy buen humor, así que me engalano con mi vestido más colorido y salgo, contenta, a corretear por las calles de Sucre, como ratón que descubre, de pronto, un hermoso e inexplorado queso.

Después de varias vueltas, llego al mirador de La Recoleta en un alto, justo a tiempo de contemplar, con otros turistas, una espectacular puesta de sol. Estoy concentrada, apuntando con mi cámara este mágico momento, cuando una voz a mi lado me pregunta, en inglés, si soy de un país europeo. Alcanzo a disparar a mi presa, el ocaso, y encerrarla en la jaula virtual de una tarjeta de memoria, y me giro a ver quién me habla, al tiempo que le digo que si, que de Barcelona. Es un chico boliviano, de gafitas, que sostiene en la mano un libro en lengua sajona repleto de anotaciones en bolígrafo. Me comenta que viene a La Recoleta a practicar inglés con los turistas, por lo que, aun siendo el español la lengua materna de ambos, seguimos hablando en el idioma de Micky Mouse, que nos une a todos.

Es agradable, reímos, y se ofrece a mostrarme la ciudad. Mi escaneo femenino, además, da resultados positivos y me digo que no estará mal tener un guía tan mono durante unos días. Así que al día siguiente por la tarde me regala una privilegiada ruta turística por las diferentes plazas, edificios históricos, parques y callejuelas de este maravilloso lugar, cuyas historias y leyendas, este chico se sabe de memoria, con todo lujo de detalles, ya que por lo visto ha estudiado turismo.

Resulta que, para mi sorpresa, Sucre es la capital de Bolivia, y no La Paz, aunque toda la actividad económica se desarrolle más en esta última. E, históricamente tiene sentido, por la proximidad de Sucre con Potosí, de donde se sacaba el dinero. Me entero que la ciudad tiene otros tres nombres (Chuquicasa, Charcas y La Plata), y que el actual se lo debe al Gral. Sucre, brazo derecho de Simón Bolivar, el libertador del eje andino. Me habla de los héroes de la revolución y de la independencia, cada uno de los cuales cuenta con su estatua en alguna plaza, e incluso de una memorable heroína, Juana Azurduy de Padilla, que lideró batallas, perdió a su esposo y a sus cuatro hijos en la guerra, y a quien el reconocimiento le llegó tarde, ya que murió en el olvido.


Me fascina la capacidad de este chico de recordar fechas, nombres y lugares, y sospecho que ha hecho este recorrido multitud de veces con multitud de turistas como yo. Se me antoja como un peculiar formato de gigoló culturizado, la antítesis del “latin lover”, y por ello más seductor. Pero lo que más me fascina es su capacidad de convencer, de la manera más sutil, a los militares que custodian la entrada de algunos edificios oficiales, para que nos dejen pasar a estancias donde no deberíamos estar. Lo hace sin esfuerzo, simplemente insistiendo de manera dulce, e ignorando el agrio “NO” con que de entrada nos reciben estos representantes de la ley, hasta que, sin saber cómo, nos encontramos dentro. Le pregunto si es un “Jedi”, pero creo que no entiende el chiste, y me digo que voy a tener que ir con mucho cuidado con este chico, porque tiene el poder de llegar donde quiere.

Tal y como nos vamos familiarizando el uno con el otro, me confiesa sus devaneos con las visitantes, y me lo cuenta en tal tono de complicidad que acabo pensando que me ha colocado en la categoría de “compinche-turista”, más que “turista-que-me-voy-a-llevar-a-la-cama”. Me resulta inusual y sincero, y pienso que al fin y al cabo no es sólo un gigoló culto. Pero mis ingenuas teorías sobre las castas intenciones de este chico se van al traste cuando, por la noche, delante de una cerveza, me pide un beso. Y así empieza nuestro pequeño idilio.

Al día siguiente yo ya he abandonado el albergue donde me hospedaba (y donde no había privacidad ninguna) y me he instalado en un bonito cuarto de hostal, que da a un patio tranquilo y soleado, donde inmediatamente me siento como en casa. Mi nuevo novio, que se conoce al dedillo todos los hostales, albergues, hoteles y alojamientos de turistas de esta ciudad, me comunica que en este no se aceptan invitados, él lo sabe bien. Sin embargo, cuando llegamos de tardecita a mi nueva morada (ya que hoy no hay planes turísticos, sino de otro tipo), consigue colarse dentro sin ser visto, usando una vez más sus poderes de Jedi. Mientras atravesamos los dos patios y subimos las escaleras hasta la balconada por donde se entra a mi cuarto, siento mi corazón latir fuerte, de nervios, y decido que si nos pillan diré que es mi profesor particular de Quechua. Pero no nos pillan, y cerramos la puerta de mi cuarto por dentro, para entregarnos con placer a las clases de este delicioso idioma nativo que se usa en Bolivia… y en el resto del mundo.

Y entro en una bohemia rutina que quisiera durase toda la vida. Por las mañanas me levanto sobre las nueve, me preparo un desayuno de yogur con avena y banana, y una taza de té verde (ya no podía más con el pan con mantequilla y mermelada de los albergues), y me siento en la balconada a escribir. A media mañana salgo a comprar en el colorido y aromático mercado, amalgamándome en el ir y venir de gentes, donde almuerzo, codo con codo, con los lugareños. Por la tarde visito las muchas atracciones turísticas de esta ciudad: museos, sedimento de huellas de dinosaurios, el Palacio de los Príncipes de Sucre, el increíble cementerio o el mercado campesino. Y por la noche me encuentro con mi novio. Si tuviese amigos y otro quehacer aparte de escribir, como un voluntariado por ejemplo, podría quedarme mucho tiempo aquí. Y me propongo que mi vida culmine, en algún momento, en una dinámica tan placentera como esta. Pero también sucede algo curioso en estos días de vida en el limbo. Un matrimonio de jóvenes amish, ataviados con sus tradicionales ropas sin cremalleras, se instala en una de las habitaciones de la planta baja. Mientras el hombre trastea en el cuarto, la mujer espera sentada en un banco en el patio, al lado de la cocina. Paso por delante y los saludo. Él responde, pero ella no, sino que me mira fijamente, con unos inquisitivos ojos azules que no me abandonan en todo el trayecto a través del patio, escaleras arriba y por el balcón, hasta que llego a mi cuarto. Yo pienso que ella es una reprimida y ella debe pensar que yo soy una fresca. Quizás ninguna de las dos tenga razón, pero su penetrante mirada me produce una sensación de miedo e incluso vergüenza, como si la voz de la consciencia me estuviese juzgando por estar haciendo algo malo.

Durante unos días vivo un noviazgo adolescente en toda regla, incluyendo los paseos cogidos de la mano, los besos en el banco de un parque, y la despedida nocturna en la puerta de mi hostal. Me parece hasta cómico, y si fuese un poco más cínica podría fácilmente convertir esto en una parodia del amor, ya que es obvio que no hay nada romántico entre nosotros. Quizás por ello, mi entusiasmo inicial dura poco y pronto empiezo a sentirme sola y a echar en falta amigos, a pesar de tener una "relación". Es extraño, me sentía menos sola cuando no tenía ni novio ni amigos. Pero la compañía de alguien que no te llena lo que se supone que te tiene que llenar, no es más que otra forma de soledad. Por su parte, creo que la rapidez de la conquista y mi pronta disposición a cambiarme de alojamiento para facilitar las cosas, le han bajado un poco el interés. Además de que, cuando me ofrece un masaje erótico-místico con música New Age boliviana (si, existe), y estimulación de los sentidos con la exígua fragancia de una rosa y el cosquilleo de un pincel, lejos de excitarme, me da por reír, lo cual a él no le hace ninguna gracia. Así que al cabo de unos días siento el ambiente enrarecido y que ninguno de los dos tiene muchas ganas de llevar las cosas más allá. Además, las clases de quechua se han vuelto aburridas, sólo habla él. Me planteo decirle que sigamos como amigos o que lo dejemos estar, pero es viernes, hemos quedado esta noche para ir a bailar salsa, y no me lo quiero perder, al fin y al cabo, me voy en unos días. Más tarde, compruebo que él pensaba lo mismo que yo, pero que no le importa tanto perderse la noche de salsa, ya que no se presenta a la cita. 

Por mucho que mi corazón no se haya visto muy afectado por este desplante, mi ego femenino si. Vuelvo a la habitación, indignadísima, a lamerme las heridas, que no son más que un recordatorio de heridas mucho más profundas, mientras me pregunto qué es lo que el Universo intenta enseñarme con esta experiencia. Este, al día siguiente, me responde con un libro del tipo “autoayuda” (literatura que consumí en dosis masivas en un momento de mi vida, pero que ahora creía superada), que a pesar de su dudoso aspecto, resulta ser una fuente de sabiduría e iluminación, en clave de humor, respecto al tema de las relaciones parejiles. Devoro este libro, que se convierte en mi Biblia para el resto del viaje, y en él encuentro respuestas a una gran pregunta en mi vida: ¿por qué soy incapaz de consolidar una relación de pareja?

El librito habla de la tendencia de muchas mujeres a entregarse demasiado pronto a una relación y de hacer de esta el eje de sus vidas. Habla de cómo perdemos el norte, abandonando amigos, hobbies, e incluso carreras, cuando nos enamoramos o simplemente cuando un hombre entra en nuestras vidas. De cómo pasamos de ser las amadas a ser las desesperadas amantes que acaban presenciando cómo el interés inicial del hombre se convierte en indiferencia. Y de cómo el error estriba en dejar de satisfacerse a una misma para empezar a satisfacer a otros. Me identifico plenamente con las situaciones que cómicamente va describiendo el libro y me acuerdo de la amish, y de cómo me sentí juzgada ante una mujer cuya sumisión al hombre es total, pero a quien no abandonan un viernes por la noche, ya que se entregó a cambio de unas condiciones muy claras y de un compromiso muy firme por parte de él.

No es que quiera convertirme en amish, pero ya hace tiempo que llegué a la conclusión de que la liberación sexual femenina es un arma de doble filo, y que hemos pasado de la represión total a la total banalización del sexo, cuando para la mayoría de las mujeres, el sexo no es algo banal. Puede que no esté ligado siempre al amor, pero sí a la dignidad como mujer y al respeto por una misma, por lo que no debería canjearse por unas migajas de atención, como una moneda desvalorizada, sino disfrutarse entre dos (o tres, o más) cuando el otro lo valore y la ocasión lo merezca. De todo lo cual deduzco al fin que, para mejorar las relaciones de pareja, lo que más debe trabajarse una mujer es la autoestima. O sea que todo va a parar, al fin y al cabo, a la única y verdadera fuente de sanación que no es otra que el amor, empezando por el amor a uno mismo. Lo de ir cada semana a la peluquería o dominar el kama-sutra, es algo secundario.

Decido quedarme en Sucre hasta el lunes, como tenía planeado, a pesar de todo, ya que el domingo hay una feria de artesanos en Tarabuco, a unos kilómetros de aquí, y quiero ir. Continúo disfrutando de mi rutina de artista pobre del siglo XIX en el cuartito del hostal, los días que me quedan, y decido que si me encuentro por la calle a mi “ex” haré ver que me alegro mucho de verle y le diré, con voz de pena y de culpa, que lo siento terriblemente, que me perdone, pero el viernes no pude ir a la cita porque me salió otro plan, y no tuve dónde avisarle. 


1 comentario:

  1. Bravo!!!... impresionant el relat.
    Es nota que va ser bonic... mentre va durar.
    Segons el que dius, jo dec tenir una bona part de dona. Tinc tan idealitzat l'amor, que quan el trobo m'entrego totalment en vers l'altra persona... i per tant, quan el perdo pateixo com mai...
    ... o tal vegada sigui només la por a la solitud...
    ...

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