Sabía que sería difícil, durante el tiempo que faltaba para partir, no construir expectativas, a pesar de la intención de no hacerlo, por aquello de no defraudarme. Por eso intenté que esta vez fuesen modestas. Las imagenes que, recurrentemente, me venían a la cabeza cuando decidí pasar por Brasil antes de encontrarme con Natalia en Uruguay, fueron recuerdos e impresiones gratas de mis anteriores visitas a ese país: la fruta fresca y sabrosa del "sacolao", los baños en aguas frías de océano, las cascadas, el calor del sol, el cafe dulce y aromático de las mañanas, la música constante y, por supuesto, la hospitalidad y cercanía de sus gentes. Y dejé que mis fantasías revolotearan simplemente alrededor de esto, sabiendo que todo lo demás que me iba a encontrar era impredecible y sorpresa. Sin embargo, un fantasía mucho mayor y engendrada en mi primer viaje al otro lado del charco, se infiltró entre las otras: la de no regresar y quedarme a hacer las américas. En este momento de mi vida, todo podía suceder, y mi proyecto de montar un negocio al volver del viaje podía desarrollarse realmente en cualquier lugar. Pero no iba a permitir que mi aventura estuviera condicionada a esta idea, así que la reduje a la categoría de "una opción", según como fuesen las cosas, e intenté adoptar una actitud relajada y abierta.
Tampoco tengo por costumbre planear demasiado mis viajes, sobretodo cuando son largos, para permitir que el azar (mejor estratega que yo) me vaya indicando el camino, y vaya proponiendo la mejor opción, como siempre hace cuando se le deja. Pero tenía pendiente una visita a la Chapada Diamantina en Bahía, y una gran necesidad de hacer senderismo para exorcizar los demonios que se han ido instaurando en mi mente, en estos últimos tiempos de estrés en la ciudad. Así que aproveché un par de contactos y medio organicé desde Barcelona una ruta por ese parque nacional. A partir de ahí, el único plan era ir bajando hasta la frontera con Uruguay, parando en Belo Hotizonte, Sao Paulo e Iguazú. Una vez com Natalia nos encaminaríamos hacia el Machu Pichu, pasando seguramente por Argentina y Chile. De ahí ella volvería a casa y yo a Salvador vía Bolivia. Las únicas fechas de referencia eran mi llegada a Brasil el 15 de noviembre, mi encuentro con Natalia el 5 de diciembre (aproximadamente), su regreso e Uruguay a mediados de enero, y mi vuelo de regreso a Barcelona el 14 de febrero.
Con esas coordenadas, y sabiendo que no eran fijas, empaqueté una mochila mas bien pequeña, dejé mi piso, me despedí de mi trabajo y seres queridos, y aguardé lo mas paciente que pude a que llegase el tan esperado día.
Hasta que llegó. El 15 de noviembre, día de la proclamación de la Republica Brasileña (detalle que sólo mi subconsciente recordaba, y por el cual probablemente elegí esa fecha), dejé dos rostros amigos diciéndome adiós al otro lado de los controles del aeropuerto, y puse rumbo al verano, al otro lado del arco iris.
Hola Anna!, no te preocupes por tu adicción a lo blogs, ya te desintoxicaras, pero necesito saber mas, que interesante, es como una novela.
ResponderEliminarUn beso muy fuerte! y que sigas haciendo y buscando las cosas que te hagan feliz.
Hola, quina enveja em fas...... aixó sí "sana"
ResponderEliminarEspero els següents fascicles de la teva escapada.
Que et diverteixis i creixis molt.
Un petó
Teresa